Una pequeña fiesta se organizó entre los supervivientes, y al ver que Azir no la detenía, continuaron con el festejo. Afuera del palacio de Azir, donde ya no quedaba ninguna entidad del Vacío, la celebración tomó vida. Los ciudadanos supervivientes estaban agradecidos y llenos de esperanza, especialmente hacia Sivir, Quetzulkan y Zoe, quienes lograron salvar a muchos shurimanos. La atmósfera se llenó de música improvisada y risas, mientras se compartían historias de valentía y supervivencia.
Zoe, utilizando su magia, había devuelto a los que había salvado a lo largo de su viaje. Lo que inicialmente eran decenas de supervivientes ahora se había convertido en unos cuantos cientos. Las personas, al ver a sus seres queridos que creían muertos, se alegraron aún más, y la pequeña fiesta se animó con la presencia de más personas. Las lágrimas de felicidad y los abrazos entre amigos y familiares que se reunían después de momentos de desesperación llenaban el aire con una energía vibrante.
En el centro de la fiesta, Sivir estaba rodeada de elogios y buenas intenciones de parte de su pueblo, aquellos a quienes había salvado. Los ciudadanos la aclamaban, agradecidos por su coraje y liderazgo en tiempos de crisis. Desde la distancia, Azir y Nasus observaban desde el palacio, satisfechos y esperanzados al ver a su gente reunida y celebrando la vida y la esperanza renovada.
Mientras tanto, Quetzulkan y Zoe se alejaron un poco, ya que Zoe parecía preocupada y quería estar a solas con él. Quetzulkan, al ver la preocupación en el rostro de Zoe, le preguntó por su malestar. Zoe, con un tono serio, expresó sus temores sobre la necesidad de seguir con su viaje. Sentía que algo malo podría ocurrirles si permanecían allí demasiado tiempo.
Quetzulkan sabía que Zoe, como Aspecto del Crepúsculo, tenía conocimiento de cosas que no podía revelar a nadie. Aunque estaba intrigado y preocupado por lo que Zoe sabía, decidió no presionarla. Confiaba en ella y respetaba sus límites. Zoe, al ver la expresión de confianza y comprensión en el rostro de Quetzulkan, sintió un poco de alivio, aunque la incertidumbre aún pesaba en su mente.
Los amantes, Quetzulkan y Zoe, no necesitaban palabras para transmitir lo que sentían. Su conexión era profunda y espiritual, y a menudo se entendían con solo mirarse. Decidieron que se irían más tarde, ya que para ellos no importaba viajar de día o de noche. Con el sol ya oculto y la luna asomando en el cielo, Quetzulkan y Zoe se despidieron de Azir, Sivir, Nasus y los habitantes de Shurima que habían salvado.
Utilizando la magia, se alejaron y viajaron durante un tiempo, pero decidieron detenerse para descansar. Mientras se preparaban para dormir, Quetzulkan sintió una presencia latente y peligrosa cerca. Zoe también sintió esa fuerza, pero ella sabía exactamente dónde estaba el peligro.
Zoe percibió que esa fuerza se dirigía hacia la Ciudad del Sol, el lugar que acababan de dejar. Quetzulkan, aunque no sabía la ubicación precisa del peligro, estaba decidido a identificarlo. Zoe, por otro lado, se encontraba en una lucha interna. Sabía que algo terrible estaba por suceder, pero no estaba segura de si debía advertir a Quetzulkan sobre el ataque que se avecinaba. Su instinto le decía que debían alejarse y salvarse a sí mismos, pero temía que si Quetzulkan se enteraba después, se enfadaría por no haber ayudado a los inocentes.
Mientras Zoe se debatía internamente, Quetzulkan trataba de concentrarse en identificar la amenaza. Descalzo sobre la arena, tuvo un momento de epifanía y cerró los ojos. Comenzó a sentir la tierra y la arena bajo sus pies, y pronto pudo percibir la silueta de Zoe a su lado. Aunque tenía los ojos cerrados, podía ver su figura claramente.
Quetzulkan había descubierto una nueva habilidad: podía ver a través del contacto con el suelo. Se concentró más, usando su magia para amplificar sus sentidos. La zona que podía percibir se expandió rápidamente, y pronto pudo detectar a cientos de criaturas cuadrúpedas con partes de chacal y cabezas con tentáculos. Eran extrañas y desconocidas para Quetzulkan, pero sabía que se dirigían hacia la Ciudad del Sol.
Al abrir los ojos, Quetzulkan comprendió que estas criaturas no eran la amenaza que había sentido inicialmente, pero aún así eran peligrosas y numerosas. Los tentáculos en sus cabezas le indicaban que probablemente tenían algo que ver con el Vacío. Zoe, después de mucho pensar, decidió hablar, pero Quetzulkan la interrumpió primero. Le dijo que algo se acercaba a la Ciudad del Sol, y estaba listo para regresar.
Zoe, viendo la determinación en Quetzulkan, solo pudo rezar para que nada le ocurriera. Se prometió a sí misma que si algo salía mal, crearía un portal y se llevaría a Quetzulkan a la Ciudad de Bandle, su hogar. Con esta decisión, se prepararon para enfrentarse nuevamente al peligro y proteger a los inocentes de la Ciudad del Sol.
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Con sus propios portales, Quetzulkan y Zoe regresaron rápidamente a la Ciudad del Sol, esta vez llegando antes de que el peligro desatara su fuerza destructiva sobre la ciudad. Sin perder ni un solo segundo, se dirigieron al palacio de Azir para informarle de lo que habían presenciado. Esta vez, todos los ciudadanos fueron resguardados dentro del palacio del emperador. La atmósfera en la ciudad estaba cargada de tensión, pero organizada; los ciudadanos confiaban plenamente en la protección que Quetzulkan y Azir ofrecían, sabiendo que su destino estaba en manos de estos poderosos defensores.
Quetzulkan, demostrando una resistencia y fortaleza inquebrantables, comenzó a erigir barreras de arena comprimida alrededor de toda la ciudad. Los muros que levantaba eran inmensos, formidables y firmes, creando una fortaleza casi impenetrable. Mientras Quetzulkan trabajaba incansablemente, Azir se ocupaba de preparar torretas que se asemejaban al disco solar, distribuyéndolas estratégicamente a lo largo de las murallas recién creadas. Además, guerreros de arena fueron convocados para reforzar aún más las defensas, patrullando y vigilando con una disciplina inflexible.
La tensión en el aire aumentaba con cada momento que pasaba, ya que Quetzulkan podía sentir cómo los enemigos se acercaban inexorablemente. Calculó que llegarían justo a medianoche, cuando la oscuridad de la noche sería más densa y la luna brillaría con su máximo esplendor. Antes de la inevitable batalla, Quetzulkan aprovechó el momento para hablar con Azir sobre la posibilidad de formar una alianza. Habiendo recibido la ayuda de Quetzulkan previamente, Azir se mostró pensativo, considerando cuidadosamente los pros y contras de una alianza estratégica. Aunque su ambición lo impulsaba a dominar todo, Azir reconocía la dificultad de enfrentarse a otros seres de poder similar, como Quetzulkan. No quería convertir a Quetzulkan en un enemigo, especialmente después de la ayuda que este le había brindado.
Quetzulkan sugirió que podía actuar como un puente para negociaciones con Ionia y Demacia, e incluso con Noxus o Zaun, debido a sus previas interacciones y conquistas en esas regiones. Esta oferta de Quetzulkan hizo que Azir reflexionara profundamente. Quetzulkan había ayudado antes a estos reinos o los había conquistado, como en el caso de Noxus con la ayuda de Demacia e Ionia. Tras una cuidadosa deliberación, se comunicaron con los líderes de Ionia, Demacia, Piltover, Zaun e incluso con Noxus. mientras Quetzulkan se preparaba mental y físicamente para la inminente batalla.
Dentro de Quetzulkan ardía una ansiedad intensa por la batalla que se avecinaba. Algo en su interior anhelaba un desafío mayor que los simples chacales del Vacío. Quetzulkan deseaba enfrentarse a un oponente digno que le permitiera desatar todo su poder sin temor a dañar a inocentes por error. Aunque rescatar a los ciudadanos y luchar con precaución era crucial, en el fondo, Quetzulkan quería más. Quería disfrutar de una pelea donde pudiera mostrar toda su fuerza y habilidades, donde pudiera sentir la adrenalina y el desafío de un verdadero enfrentamiento.
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Un temblor en la tierra anunció la llegada del enemigo, sacudiendo la Ciudad del Sol hasta sus cimientos. Desde lo lejos, se veían avanzar las primeras criaturas: chacales enormes de al menos dos metros de altura, de color rojo intenso como la sangre. Estos monstruos no tenían cabezas comunes, en lugar de eso, de sus cuellos emergían tentáculos con dientes asomándose, creando una imagen aterradora y grotesca. Sin ojos, estos chacales del Vacío parecían depender únicamente de su instinto y sentidos sobrenaturales para encontrar a sus presas. Miles de ellos avanzaban en hordas interminables, cubriendo el horizonte con su amenaza oscura.
Zoe, con sus hechizos listos, y Azir, comandando sus torretas y guerreros de arena, se prepararon para la batalla, pero sabían que esta vez sería Quetzulkan quien se enfrentaría directamente al grueso de las fuerzas del Vacío. Las torretas de Azir comenzaron a disparar rayos de energía solar, y los hechizos de Zoe crearon un escudo mágico alrededor de las murallas, brindando protección adicional a los defensores.
Quetzulkan, en su forma de vastaya, se dirigió hacia los chacales, dejando las murallas y enfrentándose a las criaturas lejos de los ciudadanos. Con cada paso, la tierra temblaba bajo sus garras, y una sensación de poder emanaba de su imponente figura. Sus brazos y piernas, cubiertos de escamas doradas y verdes, reflejaban la luz de la luna, dándole un aspecto aún más majestuoso y temible. Las garras de Quetzulkan, afiladas como navajas, brillaban con una energía feroz, y sus ojos destellaban con determinación.
Los chacales del Vacío se abalanzaron sobre él, pero Quetzulkan estaba listo. Con un rugido que resonó por todo el campo de batalla, desató su poder elemental. Utilizando su control sobre la tierra, hizo que el suelo se alzara y formara barreras que atrapaban a los chacales, aplastándolos con una fuerza implacable. El fuego brotó de su boca en forma de vastaya, incinerando a las criaturas que se acercaban demasiado. Con un movimiento fluido, Quetzulkan convocó árboles que crecieron rápidamente, envolviendo a los enemigos y destrozándolos con sus ramas y raíces.
La batalla continuó con una ferocidad imparable. Los chacales del Vacío seguían llegando en oleadas interminables, pero Quetzulkan no retrocedía. Sus ataques eran precisos y devastadores, utilizando cada elemento con una creatividad asombrosa. Con el agua, creó torrentes que barrían a los chacales, ahogándolos en su furia líquida. Con el aire, generó tormentas que lanzaban a los enemigos por los aires, dejándolos a merced de sus ataques. El combate era una danza mortal, cada movimiento de Quetzulkan era una mezcla de gracia y letalidad.
Los chacales parecían interminables, cada vez que Quetzulkan destruía a uno, otro surgía de entre las filas. Los tentáculos de las criaturas se retorcían en el aire, buscando herirlo, pero Quetzulkan era demasiado rápido y poderoso. En un momento, varios chacales lograron rodearlo, atacando desde todas direcciones. Quetzulkan respondió con una explosión de fuego y viento, incinerando y desmembrando a sus atacantes en un solo movimiento.
La tierra bajo sus pies se convirtió en un campo de batalla vivo, con árboles y rocas alzándose a su comando, aplastando y atrapando a los chacales en una trampa mortal. Los gritos y rugidos de las criaturas resonaban por todo el campo, pero Quetzulkan no se dejaba intimidar. Cada paso que daba era una declaración de su poder y determinación. Sus garras se movían con una precisión mortal, desgarrando y destruyendo todo a su paso.
Finalmente, después de lo que pareció una eternidad, los chacales comenzaron a disminuir en número. Quetzulkan se detuvo un momento para recuperar el aliento, sus escamas doradas y verdes brillando bajo la luz del sol naciente. Pero justo cuando parecía que la batalla estaba ganada, un nuevo peligro apareció en el horizonte.
Desde la distancia, cuatro figuras se acercaban, cada una más aterradora y grotesca que la anterior. Estos no eran simples chacales del Vacío; eran darkins, guerreros ancestrales ahora corrompidos por el Vacío. Aatrox, con su cuerpo musculoso y alado, estaba cubierto de tentáculos y dientes que brotaban de su piel. Rhaast, envuelto en sombras y con un aura oscura, tenía ojos y bocas que aparecían y desaparecían en su cuerpo. Varus, el arquero, estaba infectado con tentáculos que se retorcían y serpenteaban por su figura. Naafiri, líder de los chacales, era una visión espeluznante con su cuerpo plagado de bocas y ojos, comandando a los restantes chacales con un poder siniestro.
La visión de estos darkins infectados por el Vacío era suficiente para helar la sangre de cualquier guerrero, pero Quetzulkan no se amedrentó. Sabía que esta sería una batalla épica y desigual, pero estaba preparado para enfrentarse a estos enemigos con todo lo que tenía.
Con un rugido ensordecedor, Quetzulkan se transformó en su forma de dragón. Su cuerpo se alargó y se cubrió completamente de escamas verdes y doradas, formando una armadura natural que resplandecía bajo la luz del sol. Sus alas emplumadas se extendieron majestuosamente, y su cola, terminada en plumas, se agitó con fuerza. En esta forma, Quetzulkan era un verdadero coloso, una bestia imponente lista para la batalla.
Aatrox y Rhaast se lanzaron contra él, sus ataques llenos de furia y corrupción. Quetzulkan respondió con un aliento de fuego que envolvió a sus enemigos, quemando sus tentáculos y carne infectada. Con sus garras afiladas, golpeó y rasgó, cada movimiento calculado y lleno de poder. Rhaast, envuelto en sombras, intentó apuñalarlo, pero Quetzulkan utilizó su control del aire para crear un escudo de viento que desvió el ataque.
Varus, desde la distancia, disparaba flechas corruptas que atravesaban el aire con una velocidad mortal. Quetzulkan, en su forma de dragón, esquivaba y bloqueaba los ataques con sus alas emplumadas, cada movimiento fluido y grácil a pesar de su tamaño. Naafiri, comandando a los restantes chacales, intentaba flanquear a Quetzulkan, pero él utilizó su control sobre la tierra para crear una barrera que los detuvo en seco.
La batalla era feroz y desequilibrada, con Quetzulkan enfrentándose a cuatro enemigos formidables a la vez. Pero con cada momento que pasaba, Quetzulkan se adaptaba a sus ataques, aprendiendo sus patrones y estrategias. Su resistencia aumentaba, y sus ataques se volvían más precisos y devastadores. Aunque herido y agotado, su espíritu indomable no flaqueaba.
En un enfrentamiento brutal, Quetzulkan logró despedazar a Varus, el arquero darkin, con sus garras y colmillos. El cuerpo de Varus cayó al suelo, su corrupción extendiéndose como una mancha oscura antes de desvanecerse. Naafiri, la líder de los chacales, fue la siguiente en caer. Con un ataque fulminante, Quetzulkan la destrozó, acabando con su amenaza y dispersando a los restantes chacales. Pero Naafiri tenía un truco bajo la manga; con un último esfuerzo, invocó a más chacales desde los restos de los caídos. Nuevas criaturas surgieron del suelo, listas para atacar.
Quetzulkan, aunque cansado, no se dejó intimidar. Con una combinación de fuego, tierra y aire, combatió a los nuevos chacales, demostrando una vez más su increíble poder y determinación. Cada criatura que surgía era destruida con una precisión implacable. El campo de batalla se convirtió en un caos de fuego y energía elemental, con Quetzulkan en el centro, luchando contra la horda interminable.
Ahora solo quedaban Aatrox y Rhaast, ambos infectados por el Vacío y llenos de una furia implacable. Quetzulkan, herido, pero aún en pie, se enfrentó a ellos con una determinación inquebrantable. Cada golpe que recibía lo hacía retroceder, pero no se rendía. Disfrutaba de la pelea, sintiendo la adrenalina y el desafío de enfrentar a estos poderosos enemigos.