Golpe seco. Cemento. Un instante de silencio brutal.
Leo sintió su espalda crujir contra el suelo cuando cruzaron.
El mundo no los recibió. Los escupió.
El aire era denso. Estancado. Cargado de un olor agrio, como pintura barata mezclada con óxido viejo. La calle en la que habían aterrizado estaba pavimentada, pero el asfalto tenía un brillo irreal, como si hubiese sido pintado esa misma mañana... y luego olvidado por el tiempo.
A su lado, Lisa Lisa se incorporó de inmediato, cayendo en postura defensiva sin decir palabra. Sus ojos, bien abiertos, recorrían el entorno con un desconcierto tenso, como una leona encerrada en un hábitat artificial.
—¿Dónde estamos? —dijo, bajando la voz, sin soltar su bufanda de combate—. Esto no es Egipto. No es Roma. No es... nada que haya visto.
Leo no contestó de inmediato. Su atención estaba clavada en los detalles.
Los postes eléctricos eran demasiado altos. Las casas, demasiado uniformes. Los árboles parecían reales… pero no se movían con el viento. Porque no había viento.
Una bicicleta estaba detenida junto a una tienda de conveniencia. En equilibrio perfecto. Sin ciclista. Sin sombra.
[Ubicación: Morioh – Año 1999.]
[Anomalía detectada.]
[Estado narrativo: inestable. Línea interrumpida.]
[Espacio clasificado como "fragmento rechazado." Probabilidad de integridad narrativa: 0.24%.]
Leo se enderezó lentamente. Frunció el ceño. Una línea roja de frustración le recorría la mandíbula.
No estaban en el lugar correcto.
No del todo.
—Esto… es una versión rota —murmuró, para sí—. Una copia incompleta. Como si alguien hubiese querido construir un mundo... pero se hubiese quedado sin piezas.
Lisa Lisa lo miró con expresión tensa.
—Leo, ¿qué estás diciendo? ¿Dónde me trajiste?
Antes de que pudiera responder, algo se movió al final de la calle.
Un crujido. No como pasos. Como huesos raspando vidrio.
Leo giró la cabeza.
Y vio las primeras figuras.
Eran formas humanoides. Caminaban como personas, pero cada paso parecía demasiado calculado, como si no supieran para qué servían sus piernas. Algunos llevaban uniformes escolares deformes, otros trajes de oficina que cambiaban de textura a medida que avanzaban. Tenían brazos demasiado largos o torsos que flotaban ligeramente por encima de sus caderas.
Y lo peor: sus caras.
Incompletas. Una tenía un solo ojo centrado. Otra tenía la mitad del rostro cubierto por líneas de texto flotantes. Un tercero parecía una escultura de cera derretida. Ninguno hablaba.
Pero todos miraban.
[Identificación: Entidades miméticas.]
[Fragmentos narrativos colapsados. Copias fallidas de personajes rechazados por la línea principal.]
[Peligro: Nivel 3 – Hostilidad potencial elevada.]
Lisa Lisa retrocedió medio paso, su cuerpo alerta, su respiración contenida.
—Eso no es humano... —susurró.
Uno de ellos, más alto que los demás, parecía imitar vagamente a un adolescente. Su cabello era de un tono morado enfermizo, peinado hacia arriba, y su cuerpo oscilaba como un péndulo sin fuerza. La boca colgaba abierta... pero de ella no salía voz. Solo un sonido de radio estática.
Leo entrecerró los ojos. No reconocía exactamente sus rostros, pero el patrón era claro: intentaban imitar alguien. Como si las memorias narrativas de esta parte estuvieran dañadas… y esos espectros fueran los restos de una historia que intentó existir y fracasó.
Uno de los entes se lanzó sin previo aviso.
Rápido.
Demasiado.
Lisa Lisa reaccionó de inmediato, infundiendo Hamon en su bufanda. Golpeó al ente en pleno salto. La electricidad solar lo atravesó como una lanza de energía pura. El ente se quebró en fragmentos —no de carne— sino de códigos, retazos de papel y luz digital, que se disolvieron al tocar el suelo.
Pero otros cinco se adelantaron.
Y esta vez, cambiaban mientras se acercaban. Uno crecía. Otro se multiplicaba. Otro tenía ya cuatro brazos. Otro... ya se parecía demasiado a Leo.
—¡Nos están reescribiendo! —gritó Leo.
[Corrección del plano fallida.]
[Inestabilidad crítica. Colapso del espacio en 45 segundos.]
El suelo se torció. La calle tembló. Las casas empezaron a doblarse sobre sí mismas como origami en reversa. El cielo parpadeó. El sol se convirtió en una esfera negra rodeada de glitches.
Lisa Lisa se tambaleó, la respiración agitada, pero no soltó su postura.
—¡Leo! ¿Qué está pasando? ¡Esto no es real! ¡Nada de esto tiene sentido!
Leo sintió su mente al borde. No de miedo… sino de ruptura.
Había saltado antes de tiempo.
Había querido llegar primero.
Y ahora, el sistema se estaba desangrando.
[Ruta de emergencia: activada.]
[Desplazamiento narrativo corregido.]
[Nuevo punto de ingreso disponible.]
Una grieta se abrió.
En el aire. A unos metros frente a ellos.
No como antes. No desgarrada.
Abierta. Pulcra. Precisa.
Como una puerta bien tallada en la realidad.
Leo giró hacia Lisa Lisa.
—¡Tenemos que irnos ahora!
Lisa Lisa, agitada, con los ojos abiertos de par en par, lo miró con furia.
—¡No vuelvas a arrastrarme a algo así! ¡No me mentiste… me usaste!
Leo extendió la mano. No había tiempo para disculpas. Ni para explicaciones.
Solo la acción.
—Si no me tomas la mano… te quedarás aquí. Y esto va a desaparecer. Con todo lo que hay dentro. Incluyéndote.
Lisa Lisa lo miró un segundo. Un instante infinito.
Y lo entendió.
Él no la salvaría.
Él le daría la opción.
Apretó los dientes. El temblor le subía por los brazos. Y entonces… lo hizo.
Le tomó la mano.
—No vuelvas a soltarme —susurró.
Leo asintió.
Y juntos, cruzaron.
Luz tibia. Viento suave. Un cuervo grazna.
Leo y Lisa Lisa cayeron suavemente en una calle llena de vida. Autos. Faroles. Una anciana barriendo. Un tren pasaba a lo lejos.
Una radio sonaba en una tienda:
"¡Bienvenidos a Morioh FM! Noticias locales de este martes 23 de marzo de 1999..."
Leo respiró hondo. Ahora sí.
Lisa Lisa lo soltó con lentitud.
—Ese lugar... Leo… eso no era un error cualquiera. Era como un recuerdo podrido.
Leo la miró. No con ternura.
Con algo más cercano a... complicidad.
—No fue la última vez que veremos algo así.
Y esta vez… Lisa Lisa no dijo que lo seguiría.
Solo caminó a su lado.
Callada. Tensa.
Con los ojos clavados en un mundo que ya no era suyo.