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Chapter 7 - Mascota espiritual

6.

Después de que Tang Mo le entregara unas túnicas carmesí con el emblema de la Secta Colmillo Blanco y le tejiera a mano una máscara de tela refinada para permitirle escabullirse sin levantar sospechas, Ye Luo se postró ante él con una reverencia. Las palabras de gratitud le brotaron en voz baja, casi un juramento, prometiéndole fidelidad eterna, incluso hasta su último aliento.

Tang Mo pareció divertido.

El cielo, ya cubierto de nubes violáceas, comenzaba a desdibujar la silueta de las montañas distantes. Llevaba caminando varias horas, y aunque su cuerpo mostraba señales claras de agotamiento, su ánimo se sostenía firme. Tang Mo le había entregado no solo una bolsa de Qíng-una de esas bolsas interdimensionales tan preciadas entre cultivadores y magos por igual-, sino también un libro de geografía espiritual con mapas detallados del continente, y ropa común para intercambiar si llegaba a zonas rurales.

Dentro de la bolsa guardó con sumo cuidado una espada de filo estrecho que había robado al criado dormido, ropa adicional y algunos rollos de tela impermeable. También estaban las cinco monedas de oro que Tang Mo le entregó como fondo de emergencia. Eran táli de pureza alta, forjadas con el símbolo del clan Yue: un loto quebrado en su centro.

No lo conocía bien, y sin embargo ya sentía una devoción casi irracional. Sabía, vagamente, que Tang Mo era un personaje relevante en la novela. Si no se equivocaba, moriría en uno de los capítulos posteriores a manos de Bai Xun. Pero ahora, sin Bai Xun en escena, quizá esa muerte podía evitarse. Quizá ahora podía vivir.

Era libre, por primera vez desde que despertó en ese mundo. Se acomodó el cabello blanco con manos torpes; estaba enredado y cubierto de polvo, lo trenzó a un lado con negligencia. Revisó los mapas, buscando una zona remota para pasar la noche. Debía evitar tanto las bestias espirituales como a cualquiera de la misma secta.

La noche ya descendía como una cortina densa, y los árboles, cada vez más cerrados, hacían imposible encontrar una cueva o alero útil. Frustrado, se apoyó contra el tronco seco de un roble muerto y luego descendió al suelo resoplando entre dientes, mascullando maldiciones dirigidas al cielo y a su suerte maldita.

Pasaron varios minutos hasta que un sonido metálico se deslizó en el aire. El entrechocar rítmico de hojas de acero lo sacó de su letargo. ¿Espadas? ¿Entrenamiento? Podía ser un campamento de cultivadores, o un pabellón exterior. Si lograba llegar sin llamar la atención, podría fingir ser un mendigo extraviado, un discípulo menor en busca de cobijo.

No lo pensó dos veces. Encendió una lámpara flotante y se internó con cautela hacia la dirección del sonido, sus ojos fénix abiertos como navajas, atentos al más leve destello entre los árboles. Sabía que en esas regiones también rondaban bestias espirituales menores. No podía permitirse otro accidente.

Al internarse más allá del claro, los pasos de Ye Luo se volvieron más cautelosos. Las ramas se mecían con un crujido quebradizo, y la humedad del bosque le impregnaba los tobillos. A pocos metros, en un pequeño espacio abierto entre los árboles, vio una figura menuda acurrucada sobre un montón de hojas húmedas.

Un minino.

Pequeño. Pelaje blanco ligeramente enmarañado, orejas redondeadas y caídas, las patas delanteras temblando mientras intentaba levantarse sin éxito.

Ye Luo sintió que algo en su pecho se aflojaba.

-Oh, por todos los cielos... -musitó, dando un paso.

Le encantaban los gatos. Su hermana siempre decía que tenía debilidad por las cosas con cara bonita y patas suaves. Ya había bajado la guardia, dispuesto incluso a meterse de lleno en la hierba mojada, cuando lo escuchó.

Un rugido.

En medio del claro, donde las hojas se mecían como estandartes, se alzaba una criatura espantosa.

Su cuerpo estaba cubierto de espinas negras, ojos múltiples como burbujas de un pantano enfermo, y de su espalda emergían apéndices óseos que se retorcían como ramas muertas. Caminaba sobre seis patas, cada una acabada en garras curvas, húmedas, como si acabaran de desgarrar carne.

El minino. Pequeño, de pelaje blanco como ceniza de loto, ojos de un azul que bordeaba lo irreal. Parecía indefenso. Su cuerpo apenas sobresalía entre los matorrales, pero su lomo estaba arqueado y una chispa dorada fulguraba entre sus bigotes.

La bestia gruñó, un sonido profundo que hizo vibrar la tierra. Se lanzó hacia adelante con violencia, abriendo la mandíbula partida en tres secciones, con colmillos que goteaban veneno. Pero el minino desapareció.

Ye Luo se quedo perplejo.

El monstruo se tambaleó un paso. Sangre negra estalló en su hombro izquierdo.

Una figura blanca apareció sobre su lomo. Era el minino, sus patas plantadas firmemente sobre la carne espinosa. Un zarcillo intentó golpearlo, pero él giró sobre su eje con una gracia impecable y saltó hacia atrás, dejando una línea fina de luz cortante en el aire.

Un chillido se elevó entre los árboles cuando el apéndice cayó, seccionado limpiamente.

La criatura retrocedió, pero el minino ya no estaba en tierra.

Un zarpazo. Otro. Cada uno acompañado de una ráfaga espiritual que desgarraba la piel del monstruo como si fuera tela vieja. El pelaje del gato brillaba ahora con runas invisibles, activadas por su núcleo espiritual.

En un rugido de frustración, el monstruo saltó y giró en el aire, lanzando una descarga pútrida de veneno desde su espalda. Una nube negra cubrió el campo.

Pero desde lo alto, cayendo con las patas extendidas, el minino descendió como una lanza de hielo.

La tierra tembló cuando su cuerpo se precipitó justo sobre la cabeza de la criatura. Un crujido visceral anunció el final. El minino aterrizó con las patas delanteras en la frente del monstruo. Luego, sin ceremonia, con una de sus garras envuelta en un brillo dorado, cortó el cráneo de la criatura con un solo movimiento.

El cuerpo del monstruo colapsó con un ruido húmedo. La nube venenosa se disipó con lentitud, y solo quedó el minino sobre el cadáver. Se sentó con elegancia, alzó una pata ensangrentada y comenzó a lamerla.

Ye Luo : '.....'

La respiración de Ye Luo seguía irregular.

Las hojas temblaban con una brisa tenue, y su cuerpo seguía inmóvil, clavado entre las raíces de un arbusto deformado.

Había visto la ilustración exacta en la sección de "Fauna Espiritual Clasificada" del libro de geografía que le entregó Tang Mo.

Aquel monstruo era, sin lugar a dudas, una bestia espiritual de nivel 7: [Moldeador de Espinas], agresivo, territorial, y, según la descripción, invulnerable a los ataques físicos comunes si no eran ejecutados con qi condensado de nivel 5 o más.

Y el gato.

El gato era una anomalía.

Por la naturaleza del qi que emanó, tenía que estar entre el nivel 6 o 9. No había otra explicación para la agilidad, para la precisión con la que rebanó las extremidades del monstruo y lo dejó sin cabeza en apenas cinco movimientos.

Ye Luo tragó saliva.

Sus manos seguían temblando. Las tenía frías. El corazón lo sentía en la garganta.

El gato, como si hubiera notado su presencia, volteó la cabeza. Los ojos del felino brillaban, miraron exactamente al arbusto donde él se ocultaba.

Ye Luo sintió cómo la sangre se le congelaba. La mirada era tan nítida que por un instante creyó que le hablaría. Pero no: El gato giró con lentitud, y desapareció en una cueva al otro lado del claro.

Ye Luo no se atrevió a moverse por casi dos horas.

Recién cuando las sombras cayeron como cortinas delgadas y el bosque recobró su monotonía, se arrastró por la maleza y se dirigió a la cueva.

Dentro no había nada, ni la presencia del gato, ni plantas raras. Solo una cueva vacía de piedra. Daba la sensación de ser una tumba sellada.

Ye Luo parpadea. Su desconcierto se mezcló con una frustración infantil.

Quería domesticarlo y hacerlo su bestia espiritual. Era un animal perfecto y muy poderoso, si lo tuviera en las manos sería protegido.

Se mordió la lengua y exhaló con fuerza pensando en los bellos momentos que hubieran pasado el minino y él.

Buscó un rincón donde no llegara el viento y se sentó, dejando caer sus túnicas de tela suave que Tang Mo le preparó.

De su interior - Qing- sacó un pequeño talismán protector -hecho de madera de arrayán, con caracteres bordados en tinta de oro negro- y se lo colocó sobre el pecho. Tang Mo dijo que resistía ataques espirituales menores y camuflaba su qi. Eso esperaba.

Se recostó, con la espalda en la piedra fría y la túnica roja como colchón improvisado. Se quedo quieto con total confianza de pensar en que esto lo mantendría 'invisible'

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