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Pacto de cenizas

Jean_Castillo_6013
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Chapter 1 - Capitulo 1

El humo danzaba ante mis ojos, espeso y acre, casi sólido en la penumbra del almacén abandonado. Cada bocanada de mi cigarrillo era una punzada amarga, un recordatorio de la podredumbre que me rodeaba y que, inevitablemente, me impregnaba. Fuera, la llovizna persistente convertía las calles en espejos turbios, reflejando la desolación que sentía carcomer mis entrañas.

Me llamo Isolda. Un nombre que alguna vez resonó con ecos de leyendas y princesas, ahora reducido a un susurro áspero en mis propios labios, una ironía cruel tatuada en mi identidad. A mis veintitrés años, la única realeza que conocía era la del hampa, la única corte, la de los negocios turbios que se tejían en las sombras de esta ciudad olvidada por Dios.

Había llegado a este punto no por elección, sino por la implacable lógica de la supervivencia. Mi familia… bueno, mi familia era un fantasma escurridizo, una deuda impagable que me había arrojado a los lobos. Y él era el alfa, el depredador al que todos temían y, en secreto, obedecían.

Su nombre era Dante. Un sonido gutural, cargado de una autoridad silenciosa que se sentía incluso en su ausencia. Nunca lo había visto de cerca, solo vislumbres fugaces en reuniones clandestinas, su figura alta y oscura recortada contra la tenue luz, su rostro siempre sombreado, impenetrable. Pero su presencia era una fuerza palpable, un peso invisible que aplastaba cualquier intento de rebelión.

Esta noche, sin embargo, la distancia se había acortado. Había recibido la llamada hacía apenas una hora, un mensaje lacónico transmitido por uno de sus secuaces: "Te espera en el antiguo almacén de los Fernández. A las diez."

Las manecillas de mi reloj de pulsera marcaban las 9:57. El silencio del almacén era opresivo, solo interrumpido por el goteo constante del techo y el latido acelerado de mi propio corazón. Sabía por qué estaba aquí. Los rumores habían llegado a mis oídos como ráfagas de viento helado: Dante necesitaba un nuevo enlace, alguien de confianza, alguien… maleable.

Yo era maleable. La vida me había moldeado a golpes, limando cualquier aspereza, enseñándome la docilidad forzada de la presa ante el cazador. No sentía ilusión alguna, solo una resignación fría, la certeza de que mi vida estaba a punto de tomar un nuevo giro, uno más oscuro y laberíntico que el anterior.

Un escalofrío recorrió mi espalda, aunque la noche no fuera especialmente fría. La puerta de metal chirrió, abriéndose lentamente para revelar una silueta contra la oscuridad exterior. Mi respiración se atascó en mi garganta.

Era él.

Incluso en la penumbra, su presencia era innegable. Emanaba una intensidad cruda, un magnetismo peligroso que te atraía y repelía al mismo tiempo. Su traje oscuro parecía absorber la poca luz que había, haciéndolo parecer una extensión de las sombras. No podía distinguir sus rasgos con claridad, pero sentía su mirada recorrer mi figura, una posesión tácita que me erizó la piel.

El silencio se extendió, denso y cargado de una tensión palpable. Él no dijo nada, simplemente avanzó, sus pasos lentos y deliberados resonando en el suelo de cemento. Cada paso acortaba la distancia entre nosotros, sellando mi destino con una certeza escalofriante.

Cuando finalmente se detuvo a unos metros de mí, la escasa luz que se filtraba por las rendijas del techo iluminó parcialmente su rostro. Un rostro anguloso, marcado por líneas duras, y unos ojos… unos ojos oscuros, penetrantes, que parecían ver a través de todas mis defensas, desnudando mi alma hasta dejarla expuesta y vulnerable.

Una comisura de sus labios se elevó en una sonrisa apenas perceptible, carente de calidez. Era más una promesa de control, una advertencia silenciosa.

"Isolda," dijo por fin, su voz grave y profunda, un terciopelo áspero que acariciaba y arañaba al mismo tiempo. Mi nombre sonó diferente en sus labios, cargado de una nueva connotación, un presagio.

Tragué saliva, intentando mantener la compostura que tanto me había costado cultivar. "Dante," respondí, la voz apenas un susurro.

Sus ojos no se apartaron de los míos. "Sé que entiendes por qué estás aquí."

No era una pregunta. Era una afirmación, una declaración de poder. Asentí levemente, sintiendo el peso de su mirada clavada en mí.

"Necesito alguien en quien confiar," continuó, su voz un murmullo peligroso. "Alguien leal. Alguien… dispuesta a hacer lo que sea necesario."

Su mirada se intensificó, escrutando cada rincón de mi rostro, como si intentara leer mis pensamientos, mis miedos, mis debilidades.

"¿Estás dispuesta, Isolda?"

La pregunta flotaba en el aire, cargada de implicaciones. Sabía lo que significaba. Significaba renunciar a cualquier vestigio de libertad, entregarme a su voluntad, convertirme en una pieza más en su oscuro tablero de ajedrez. Pero también significaba supervivencia, una oportunidad de salir del limbo en el que había estado atrapada.

Respiré hondo, el olor a humedad y a peligro llenando mis pulmones. Lo miré a los ojos, tratando de proyectar una determinación que apenas sentía.

"Sí, Dante," dije, la voz ahora un poco más firme. "Estoy dispuesta."

Su sonrisa se ensanchó ligeramente, revelando un destello de algo frío y calculador. "Entonces," dijo, dando un paso más cerca, acortando aún más el espacio entre nosotros, "tenemos un pacto."

Y en ese instante, bajo la llovizna implacable, supe que mi vida, tal como la conocía, había terminado. Había entrado en su mundo de sombras, un mundo donde los pactos se sellaban con sangre y el amor era una peligrosa ilusión. El fuego de las cenizas acababa de encenderse.