Un hombre de unos cuarenta años miraba fijamente a un joven en una habitación repleta de materiales y herramientas extrañas. El aire estaba impregnado con un tenue olor a aceite, metal y humo, y el chisporroteo de algunas chispas iluminaba el ambiente. Sombras danzaban entre montones de piezas mecánicas y encantamientos olvidados.
—Joven, ¿de verdad quieres que te fabrique una herramienta mágica? —preguntó, con una voz que parecía regresar en el taller lleno de sonidos metálicos y movimientos mecánicos.
Arthur asintió y dijo:
—Puedo proporcionarle los materiales que me pida, y no se preocupe por el dinero. Como sabe, soy aventurero y puedo hacer unas cuantas misiones si hace falta.
El hombre lo miró con curiosidad, con una ceja levemente arqueada, y rió suavemente.
—Está bien, acepta tu pedido.
Arthur sonriendo y avanzando con entusiasmo, relajando un poco los hombros.
—Ven, sentémonos y charlemos. —Dime, ¿qué herramienta quieres? —indicó con un gesto que Arthur tomara asiento cerca de una pequeña mesa cuadrada de madera desgastada, donde manchas de tinta y quemaduras delataban años de trabajo.
La mujer, que había estado trabajando en una habitación contigua, entró con pasos ligeros, llevando una bandeja con tres tazas humeantes de té de un tono ámbar. El perfume cálido y dulzón llenó la estancia. Se sentó junto al hombre. Arthur pudo notar el ambiente acogedor entre ellos, con miradas cómplices y sonrisas suaves; Era evidente que compartían una vida feliz, incluso entre herramientas y magia.
El hombre tomó un sorbo de té y dijo:
—Primero me presentaré. Soy Limart, un ingeniero mágico aquí en Trimbel.
La mujer añadió con una sonrisa serena:
—Yo soy Liana, su esposa. No soy ingeniera, pero lo ayudo con la parte mágica.
Arthur se presentó también, inclinando un poco la cabeza.
—Yo soy Arthur Schopenhauer, un aventurero de rango plata. Estoy aquí en Trimbel para unirme a la academia.
Ambos se sorprendieron y se miraron brevemente.
—¿Ya eres de rango plata sin haber pasado por una academia? —preguntó Liana, con un matiz de asombro.
Arthur ascendió; Su voz bajó ligeramente.
—Por circunstancias de la vida, me tocó convertirme en aventurero y luchar para sobrevivir.
Una mirada cálida y cargada de comprensión apareció en los rostros de la pareja.
— ¿Y tus padres? —preguntó ella, con suavidad.
Arthur apretó levemente los puños, mientras una sombra de tristeza y melancolía cruzaba fugazmente su rostro. Recordó a su familia en su otro mundo, un dolor que aún pesaba en su alma. Forzó una sonrisa que intentó ocultar su pesar.
—Digamos que… no están.
Liana lo miró con dulzura, sin presionar más. También tenían un hijo, y pensar que alguien de la edad de su hijo estaba solo en este mundo, tomando decisiones tan duras solo para sobrevivir, les rompía el corazón.
Limart, notando el ambiente cargado, aclaró la garganta y cambió el tema:
—Bueno, es impresionante que seas rango plata a tu edad. Dime, ¿qué herramienta quieres que te fabrique?
Arthur respiró hondo, ordenando sus pensamientos.
—Verá, tengo materiales de una araña roja. Quiero crear una herramienta que me permita usar su hilo para la batalla. ¿Cree que pueda hacer eso?
El hombre soltó una carcajada franca, con los ojos iluminados por la idea.
—Me gusta tu forma de pensar, joven. Claro que puedo hacer algo así. Aunque, si quieres usar el hilo de la araña roja, necesitarás un núcleo de araña roja también. Es esencial para generar el hilo.
Arthur abrió su bolsa y sacó el núcleo alfa junto con los demás materiales de la araña. Limart lo tomó con cuidado, lo giró bajo la luz titilante y lo miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que veía.
—¿Realmente eres rango plata? —murmuró, casi en un susurro.
Arthur infló el pecho, con un leve orgullo en su voz.
—No soy rango oro solo porque no he tenido tiempo de hacer la misión de promoción.
Limart río levemente, sacudiendo la cabeza.
—Te creo. Eso explicaría cómo pudiste matar a una araña roja alfa.
Esta vez, Arthur se sorprendió. No pensé que el hombre reconocería tan fácilmente un núcleo alfa.
—¿Por qué te sorprende? No es como si fuera un secreto la información sobre los alfas —explicó Limart—. Es solo que aún no se ha difundido lo suficiente. Además, esos materiales son muy distintivos.
¿Cómo distintivos? —preguntó Arthur, inclinándose ligeramente hacia adelante.
—Verás, los alfas se caracterizan principalmente por dos cosas: uno, son más grandes que los de su especie, y dos, tienen un color más oscuro.
Arthur lo sospechaba, pero ahora lo confirmaba.
—Cariño, ¿realmente es un alfa? —preguntó Liana con atención, observando el núcleo con renovada curiosidad.
Limart asintió.
—Con estos materiales puedo hacer la herramienta. Pero, ¿qué tipo de herramienta deseas exactamente? En mi opinión, si hablamos de hilos, sería algo como un guante o cerca de las manos.
Arthur lo pensó en un momento.
— ¿Puedes hacerlo con muñequeras?
—Eso estaría bien —acintió Limart.
Arthur sacó unas muñequeras de su bolsa y se las entregó. Eran de herrería enana, con tres runas incrustadas. El Lich se las había guardado cuando Arthur cayó inconsciente, aunque ahora, con sus brazos óseos, no tenían uso práctico.
Limart las examinaba con una sonrisa admirativa.
—Oh, herrería enana, y con tres runas. Estas servirán para la herramienta.
El hombre sonorió y añadió:
—Bueno, joven, si vas a entrar a la academia, te buscaré allí cuando la tenga lista.
—¿Y el precio por el trabajo? —preguntó Arthur, con curiosidad.
Limart lo pensó unos segundos, acariciando su barba con un gesto pensativo.—Puedes traerme unos materiales a cambio del trabajo.
Arthur asistió.
Limart continuó, con una sonrisa ladeada:—Vuelve mañana, y te diré los materiales que necesito.
El joven se levantó mientras la pareja lo acompañaba a la puerta. Se despidió con una leve reverencia y salió del taller, dejando atrás el murmullo tenue de las herramientas y el calor del hogar.
Al salir, el sol ya comenzaba a caer en el horizonte, tiñendo de tonos rojizos las calles nevadas. La brisa rozó su rostro, y el crujir de la nieve bajo sus botas resonó en el aire, como un eco lejano que acompañaba su caminar.
Arthur recordó a sus padres mientras avanzaba lentamente, dejando que sus pensamientos lo envolvieran como un manto gelido.
El Lich, posado en su hombro, soltó un graznido gutural y recitó con una voz hueca:
—La soledad cala los huesos, el sol incendia los sueños de los héroes, la muerte toma sus vidas, y el Lich guía las almas tristes por un río de sangre.
Arthur bufó, y con una sonrisa burlona, respondió:
—Parece que tu falta de cerebro afecta la calidad de tus poemas.
Por primera vez, le resultó una de las bromas que solía recibir.
El Lich lo miró con indignación y le picoteó la cabeza. Arthur corrió entre las calles nevadas, riendo como un niño mientras el Lich lo perseguía para picotearlo.
Por primera vez en mucho tiempo, Arthur ya no se sentía solo en este mundo. Aunque se tratara de un lich sin corazón, su presencia era cálida, como un compañero inesperado.
Fin del capítulo.