Cherreads

Chapter 71 - Aventuras y desventuras en Trimbel

Después de que Arthur salió de la tienda de herramientas mágicas, continuó visitando lugares.

El aire gélido de la tarde acariciaba su rostro mientras avanzaba por las callesjuelas de Trimbel, donde las sombras se alargaban y los faroles comenzaban a encenderse con un titilar cálido.

—¿A dónde planeas ir ahora? —preguntó el Lich sobre su hombro, mientras le daba un picotazo irritado con su pico afilado.

Arthur se rascó la cabeza, suspirando con resignación.—No sé... creo que ya tengo todo cubierto.

—¡Qué idiota! —replicó el Lich, agitando sus alas—. Así me llamaste sin cerebro, pero tú tienes uno y no lo usas. No has pensado en el principal problema que tienes —dijo, negando con el pico, decepcionado.

Arthur lo miró, intrigado.

— ¿Qué problema?

—¡Idiota! —¡Lo tienes en tus huesudas manos! —rió con tono burlón, picoteando nuevamente—. Con esos brazos esqueléticos, no podrás usar tu corte profano. ¿Acaso ha pensado en cómo lucharás de ahora en adelante? ¿Y no pensarás esconder esos brazos solo con unas vendas, verdad?

Arthur se detuvo bajo los copos de nieve, que empezaban a humedecer su abrigo de piel de zorro. Su rostro se transformó en una mueca de horror.

Mierda… no lo había pensado. ¿Cómo voy a sostener mis espadas y canalizar maná con estos brazos esqueléticos?

Avanzó de nuevo, cabizbajo, y murmuró al Lich:

—¿Tienes alguna idea de qué podría hacer?

—Luchar con los pies —respondió el Lich, burlón—. O mejor, ve a la herrería a que te fabriquen una armadura para los brazos. Así podrías cubrirlos.

—Está bien —aceptó Arthur, resignado—. Busquemos una herrería.

El aire helado soplaba entre las callesjuelas de Trimbel, y Arthur se detuvo ante una mujer que pasaba por allí, envuelta en un horrible abrigo, y le preguntó:

—Disculpe, ¿podría decirme dónde hay una herrería?

La mujer estaba a punto de responderle amablemente, pero al ver al cuervo de aura oscura posado en su hombro, sus ojos se abrieron como platos y salió corriendo.

El Lich graznó con sorna:

—Te dije que no necesitas habilidad de intimidación. Con lo feo que eres, ya asustas bastante. ¡Ka, ka, ka!

—¡Tú eres el que la asustó! —replicó Arthur, irritado—. ¿No puedes transformarte en algo menos siniestro?

—¿En qué quieres que me transforme? —preguntó el Lich.

—No sé… algo como un perro o un gato.

El Lich bajó de su hombro y empezó a transformarse en el suelo, su silueta ondulando como humo negro mientras el aire a su alrededor se llenaba de un extraño crujido. Arthur miró nervioso, lanzando rápidas miradas a su alrededor para asegurarse de que nadie lo viera.

En un instante, frente a él apareció un perro... o algo parecido. Medía casi un metro y medio de alto, su pelaje oscuro y gris como cenizas se erizaba como agujas, colmillos largos asomaban entre espuma espesa que caía de su hocico, y unos ojos rojos como brasas parpadeaban con una luz ominosa.

—¿Así está mejor? —preguntó el Lich, con voz gutural, su tono reverberando como si quiriera desde una caverna profunda.

Arthur se horrorizó.

—¡Es peor que antes! —susurró para sí, tembloroso.

Una mujer que pasaba cerca lo vio y gritó horrorizada:

—¡Kyaaaa, una bestia en la ciudad!

El griterío se expande como una ola. Personas comenzaron a huir, mientras algunos guardias de la ciudad llegaban corriendo.

— ¿Qué demonios es esa criatura? —dijo uno de ellos, alzando su arma.

Un hombre entre la multitud gritó:

—¡Es ese joven! ¡Invocó a la criatura con un hechizo demoníaco! Hace poco lo vi y escuché algo sobre una masacre...

—¿Qué? —el guardia miró a su compañero con nerviosismo—. ¡Ve por refuerzos! ¡Tenemos que atrapar al mocoso!

El hombre salió corriendo, dejando a Arthur pálido. Miró a su alrededor, localizó un callejón oscuro y utilizó su habilidad Paso Sombrío para desvanecerse, dejando al Lich atrás.

El cuervo lo alcanzó, graznando divertido:

—¡Ka, ka, ka! No me culpes por esto, fue tu idea.

Arthur corría entre pasillos y calles, jadeando, hasta que llegó frente a un taller polvoriento con un cartel sucio que decía " Herrería de Trimbel ". Sin pensarlo dos veces, se escabulló adentro.

El calor abrasador del horno lo envolvió, junto con el aroma a carbón, metal y aceite que impregnaba el aire. Los martillos resonaban con fuerza, marcando el ritmo del trabajo, y las chispas iluminaban las sombras. Al notar que no lo seguían, respiró aliviado y caminó despacio, observando el lugar repleto de materiales apilados y herramientas colgadas en las paredes.

Una espada colgada en una pared llamó su atención. Era hermosa, llena de detalles intrincados, con un brillo que parecía contar historias de héroes olvidados.

De pronto, una voz fuerte resonó detrás de él:

—¿Te gusta esa espada, joven?

Arthur se giró bruscamente. Una mujer de unos cuarenta años, con delantal salpicado de carbón y aceite, sostenía un enorme martillo sobre su hombro. Su cabello castaño rojizo estaba recogido en un moño desordenado. Medía alrededor de 1.70 y, aunque no era de belleza deslumbrante, irradiaba un encanto rudo y maternal, como una versión menos musculosa de la amazona Friana.

Arthur la miró con asombro.

—Sí… es muy hermosa —dijo, volviendo a contemplar la espada.

La mujer rió con fuerza, su voz retumbando entre los metales:

—¿Verdad? Es mi mejor creación hasta ahora.

— ¿Es usted herrera? —preguntó Arthur, tratando de sonar cordial.

—¡Joven, soy la mejor herrera de Trimbel! —respondió con orgullo—. Parece que no eres de por aquí. ¿De dónde vienes?

Arthur dudó un momento.

—Lacos —respondió.

—¡Kajak! ¿Del pantano? ¿Conociste al orco gruñón?

Arthur asintiendo, sorprendido.

-Si.

— ¿Cómo está ese maldito orco?

—Bien —respondió con una sonrisa nostálgica.

—No pensé que Krank fuera conocido aquí. Aunque mencionó que sus armas son famosas hasta en Month.

— ¿Cómo lo conoció? —preguntó Arthur, curioso.

—La mayoría de los herreros nos conocemos. Cada cierto tiempo se organiza una convención donde mostramos nuestras habilidades y competimos.

—No tenía idea… —dijo Arthur, con un dejo de admiración en la voz.

—Bien, joven. Si has llegado hasta aquí, debes necesitar algo. Permíteme ayudarte, ya que vienes desde tan lejos.

Arthur, agradecido, asintió y dijo con decisión:—Quiero encargar una armadura para mis brazos.

La mujer lo examinó con atención, su mirada recorriendo cada rincón del joven, y finalmente asintió.—Bien. Enséñame tus brazos para tomar medidas y recomendarte los materiales.

Arthur se congeló, tragando saliva. No esperaba que le pidiera mostrar los brazos. Por un instante, dudó, sintiendo un nudo en el estómago, pero finalmente decidió confiar en su instinto.

Con cautela, retiró las vendas que cubrían sus extremidades. La mujer, que había ido por herramientas, regresó y quedó boquiabierta al ver los brazos esqueléticos del joven. Lo examinó de cerca, sus ojos analíticos recorriendo cada hueso expuesto, y preguntó con tono grave:—Joven… no eres un no-muerto, ¿verdad?

Arthur contuvo el aliento. Sabía que cualquier movimiento en falso podía desencadenar un alboroto, pero confió en que la mujer no llamaría a los aventureros ni desataría el caos.

Fin del capítulo.

More Chapters