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Chapter 73 - El aprendiz y el maestro siniestro

En una posada cerca de la madrugada, un joven dormía plácidamente sobre la cama, mientras una criatura esquelética, con una capa negra hecha de sombras, escribía en un libro monstruoso hecho de piel humana. El sonido de sus falanges chocando con cada trazo de la pluma resonaba levemente en el silencio de la noche, mezclándose con el leve crepitar de la madera en la chimenea y el murmullo del viento que se colaba por las rendijas.

De repente, la pluma se detuvo. El Lich giró lentamente la cabeza y notó un humo negruzco saliendo del cuerpo del joven. Al mirarlo, daba la sensación de que podía absorberlo todo en el mundo. El humo continuó avanzando como una neblina espesa y fría, deslizándose como una sombra viviente hacia la bolsa del joven que reposaba a un costado de la cama. Después de un rato, emergió nuevamente, retrocediendo hasta dejar una marca negra, parecida a una medialuna, grabada en el pecho del joven.

El Lich lo miró con asombro y pensó:Al parecer, esa marca maldita funciona igual que las normales. Cuando el lugar donde está la marca es cortado o separado del cuerpo, se muda a otro lugar como si tuviera vida propia.

Un escalofrío recorrió la habitación, pero lo dejó estar y continuó con su escritura, el sonido de la pluma retomando su leve golpeteo.

Por la mañana, Arthur se despertó con buena energía. Un rayo de luz pálida se filtraba por la ventana, iluminando el polvo suspendido en el aire. Tomó unas vendas de su bolsa y las envolvió con firmeza alrededor de sus brazos. Luego sacó sus pergaminos para absorberlos, pero para su sorpresa, estaban en blanco. Frunció el ceño y recordó los pergaminos que había obtenido antes; el resultado fue el mismo.

—¡Maldicion! —exclamó Arthur, golpeando suavemente la mesa —. ¿A dónde se van los sellos de estos pergaminos?

El Lich lo miró desde su asiento sombrío y dijo con voz hueca:—Yo lo sé.

Arthur lo miró sorprendido y preguntó con un hilo de esperanza:—¿Puedes contarme?

—Te diría que me escribas un poema a cambio, pero con esas manos quedaría horrible. ¡Jajaja! —rió el Lich, con una risa seca como ramas quebrándose—. Los sellos fueron absorbidos por tu marca en el pecho.

—¿En el pecho? —Arthur bajó la mirada hacia la parte superior de su torso y notó la extraña marca—. ¿Cómo llegó aquí?

—Bueno, ya que perdiste los brazos, la marca tenía que aparecer en otro lugar, ¿no crees?

Arthur asintió, pensativo. Un silencio tenso llenó el cuarto mientras trataba de encontrar alguna pista de una nueva habilidad, pero no halló nada.Parece que tendré que seguir comprando pergaminos o buscar información sobre la marca maldita, reflexionó, suspirando.

Decidió pasar a otro asunto y tomó el conjuro que había comprado. Caminó de un lado a otro, murmurando, tratando de recordar cómo se usaba, de repente recordó algo y se detuvo en seco.

—No tengo un sello de activación... ¿Cómo creo un sello? —preguntó, mostrando el papel con el conjuro y frunciendo el ceño.

El Lich negó con la cabeza y espetó con sorna:—¿Compraste ese hechizo y no sabes cómo usarlo? Qué idiota. ¡Jajaja!

Arthur lo miró con una mezcla de enfado y vergüenza, y replicó:—¿Puedes ayudarme?

—Bien, te enseñaré —dijo el Lich, levantándose con un movimiento lento y siniestro.

Tomó un papel para hechizos en blanco y dibujó un sello con una calavera y un libro, dejando que la tinta negra se deslizara como un río oscuro sobre el pergamino.—Esto es un sello. Para crearlo, solo necesitas una pluma, tinta para sellos, infundir tu maná y dibujar cualquier figura o palabra. Puede ser cualquier cosa.—Claro, olvidé que tus manos no pueden producir maná —añadió con tono burlón—. Tendré que crearte un conjuro como hice con Paso Sombrío.

El Lich tomó el papel con su sello y el otro con el conjuro que Arthur había comprado.—Mira, cuando tienes el sello y el conjuro, solo debes juntar los papeles uno frente al otro e infundir maná para que se unan.

—Ahora debes hacer el mismo procedimiento que hiciste con Paso Sombrío —indicó, mientras le señalaba con un dedo huesudo.

Arthur tomó el papel e intentó pegarlo en su zapato, pero el Lich lo detuvo.—Deberías pegarlo en el otro pie, así sabrás qué hechizo estás activando y hacia dónde enviar el maná.

Arthur asintió con una leve sonrisa. Colocó el papel en su zapato e infundió su maná desde el pie, haciendo que el sello brillara intensamente y dejara un grabado arcano en la planta.

El Lich arqueó una ceja (o lo que quedaba de ella) y preguntó:—¿Memorizaste el canto del conjuro antes de usarlo?

Arthur negó con la cabeza. El Lich lo miró como a un aprendiz torpe y, exasperado, se dio un golpecito en la frente con su huesuda mano, haciendo eco dentro de su calavera vacía.—Eso es lo más básico de los hechizos, y no lo sabes —se burló, sacando otro papel y escribiendo el conjuro nuevamente para dárselo a Arthur—. Toma, por suerte yo lo memoricé.

Arthur tomó el papel con determinación y comenzó a memorizar el conjuro.—¿Realmente necesito memorizar todo esto? —preguntó con un suspiro.

—O lo memorizas, o tendrás que andar con ese papel siempre y sacarlo cada vez que quieras lanzar el hechizo —le advirtió el Lich, con tono de maestro severo.

Arthur meditó por un momento y preguntó con duda:—¿Pero por qué es tan largo comparado con Paso Sombrío, que también es de nivel uno?

El Lich, sin apartar la vista de su lectura, respondió con calma:—Porque ese hechizo es de mi propiedad, y yo lo acorté para que se active con dos palabras.

—¿No puedes hacer lo mismo con este? —insistió Arthur, con esperanza.

—No. Para simplificar un conjuro se necesita tiempo y estudio. Esa es la diferencia entre un novato y un veterano. Alguien como tú, que apenas sabe de magia, tendrá que recitar el conjuro completo. Pero alguien que ha pasado su vida estudiando logra reducirlo a una o dos palabras. Hay magos que incluso pueden acortar un conjuro a una sola letra.

Arthur quedó asombrado. La diferencia entre él y alguien que había empezado en la magia desde pequeño se hizo dolorosamente evidente.—¿No sería mejor comprar un hechizo ya acortado?

—¿Y quién crees que te vendería el trabajo de su vida por unas cuantas monedas de oro? Si existiera alguien así, ya estaría muerto —rió el Lich con una carcajada hueca y estridente.

El Lich agregó con voz sombría:—Si tienes pensado llevar ese hechizo a nivel cinco, te recomiendo que lo estudies y trates de acortarlo. Te será muy útil más adelante. Un hechizo de nivel cinco es casi imposible de lanzar sin simplificarlo; tendrías que memorizar y recitar más de cien mil palabras.

—¿¡Cien mil!? —Arthur casi saltó de la impresión. Apenas podía memorizar cien; no se imaginaba recitar cien mil.

El aire fresco de la mañana golpeó su rostro cuando salió de la posada junto al Lich. Se dirigieron hacia un gran campo de práctica: un espacio amplio de tierra batida, con el suelo agrietado y algunos postes dispersos. Arthur se preparó en posición de correr, sintiendo la tensión en sus músculos. Empezó a recitar el conjuro en un idioma antiguo, su voz resonando entre los campos desiertos. Después de un minuto, gritó:—¡Camino Veloz!

Su maná se concentró en la planta de su pie izquierdo, el sello brilló intensamente en su zapato, y ambos pies se cubrieron de finos relámpagos que serpenteaban como serpientes eléctricas. Corrió hacia adelante como una bala, dejando un rastro polvoriento a su paso. Pero cuando intentó detenerse, fue demasiado tarde: chocó de lleno contra un grupo de árboles, haciendo que las ramas crujieran y una lluvia de hojas cayera a su alrededor.

El Lich se reía con un graznido mientras sobrevolaba la zona.—¡Ka, ka, ka!

Con los preparativos listos, la prueba para ingresar a la academia le esperaba.

Fin del capítulo.

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