Después de sacudirse el polvo, Arthur caminó por las calles hacia la academia, mientras reflexionaba sobre su nuevo hechizo. El aire fresco de la mañana le acariciaba el rostro, mezclándose con el leve murmullo del viento y el crujir de sus botas contra el suelo adoquinado.
Debo aprender a controlar el poder del hechizo, pensó. Según la descripción, aumenta la velocidad del usuario x2. El inconveniente es su alto consumo de maná, y la gente normal solo puede usarlo por diez segundos... También estaba el problema de lo largo que es el conjuro, lo cual le hacía fruncir el ceño cada vez que lo recordaba.
Giró hacia el Lich, posado en su hombro, y preguntó:—Viejo Lich, ¿cuánto se demora una persona en acortar un hechizo?
El Lich, con los ojos cerrados, respondió con voz sombría:—De diez a veinte años, es la norma general para un hechizo de nivel uno.
Arthur abrió los ojos con asombro, su pulso se aceleró.—¿Días a veinte años? Eso es mucho tiempo.
El Lich continuó:—Pero eso depende mucho del talento de la persona. Algunos genios han logrado acortar un hechizo en un año de estudio.
Luego, añadió con un tono burlón, carcajeándose:—Pero con lo estúpido que eres, dudo que seas un genio de la hechicería. ¡Ka, ka, ka, ka!
Arthur ignoró esa última parte, aunque sintió un calor en sus mejillas y su mandíbula se tensó. Siguió caminando, apretando el paso hacia la academia.
Cuando llegó a las grandes puertas, se detuvo un instante. Un campo enorme se extendía frente a él, y en su centro se alzaba una estructura imponente, como un palacio. Era como una universidad de su mundo, solo que más rústica y mágica. Las nubes grises cubrían el cielo, y una brisa helada le hizo estremecerse.
Avanzó por un pasillo amplio y largo, el eco de sus pasos resonando contra las paredes de piedra. Al salir, se encontró frente a una cancha gigante, como un campo de entrenamiento. Estaba lleno de jóvenes reunidos, hablando entre murmullos nerviosos. Era como un coliseo improvisado, con un palco elevado donde los profesores de la academia observaban. Algunos alumnos veteranos también estaban presentes, sus miradas fijas y serias. Muchas personas se sentaban alrededor, sobre banquetes de madera, conversando en voz baja.
Arthur tragó saliva, sintiendo cómo los nervios le oprimían el estómago. El Lich voló de su hombro y se posó sobre un tejado cercano.—Si entras o no, solo depende de ti —susurró en tono bajo, dejando escapar una risilla hueca.
Para ingresar a la academia, los jóvenes tenían dos opciones: o pertenecían a familias ricas que podían pagar una suma considerable, o aprobaban la prueba de ingreso. Cada año, muchos intentaban pasar la prueba, pero solo unos pocos lo lograban.
Hoy, Arthur se había quitado la placa de aventurero y estaba allí solo como un joven de quince años. La academia aceptaba aspirantes hasta los dieciocho, por lo que muchos esperaban y se preparaban. Los de su edad eran unos pocos que tomaban la prueba, mientras que los demás eran jóvenes ricos que no necesitaban presentarla.
Miró a su alrededor. La mayoría eran humanos, pero también había semihumanos, algunos con orejas puntiagudas y otros con colas peludas. Varios puestos estaban llenos de aspirantes que llenaban formularios y pagaban una cuota. Arthur se acercó a una fila más corta, esperando pacientemente, aunque su corazón golpeaba con fuerza en su pecho. Apretó el trozo de tela que Lione le había dado en Trum, sintiéndolo como un amuleto improvisado.
Cuando llegó su turno, saludó con respeto:—Hola, señor. Soy Arthur.
El hombre, de aspecto gruñón y voz cansada, le respondió sin mirarlo:—Rellena esto y avanza.
Arthur tomó el papel y la pluma, llenando los datos básicos como nombre, edad, altura y marca. Sus manos temblaban un poco, pero logró terminarlo y entregarlo.—Bien, avanza —dijo el hombre. Arthur extendió el trozo de tela con algo de timidez.—Disculpe, señor. Un profesor de la academia me dio esto...
El hombre lo miró con asombro, y su expresión se ensombreció, aunque Arthur no lo notó.
Ese maldito de Lione... de seguro es algún familiar suyo. Bien, ya que me insultaste el otro día, tu familiar tendrá que pagar por ti —pensó el hombre, con una sonrisa torcida que ocultó rápidamente.
Tomó la ficha de inscripción de Arthur, escribió algo apresurado, y le dijo con voz seca:—Ya está todo listo. Adelante, ten tu sello.
Arthur se alejó, sintiendo una mezcla de alivio y confusión. No tenía idea de que acababa de quedar atrapado en los problemas de Lione por culpa de ese trozo de tela. Ni siquiera el propio Lione habría imaginado que Arthur acudiría justo al puesto de la persona que más lo odiaba en la academia.
Caminó hacia el centro del campo, donde la multitud comenzaba a reunirse. Su respiración se aceleró y la piel se le erizó. No sabía qué tipo de prueba lo esperaba esta vez; cada año era diferente. A veces consistía en cazar monstruos, otras en descifrar complejos hechizos, y en ocasiones en demostrar habilidades mágicas.
Después de casi tres horas de espera en medio de la muchedumbre, una voz potente se elevó desde el palco. Era un anciano de unos sesenta años, con una barba larga y cabello blanco, que se puso de pie para hablar:—Bienvenidos, jóvenes aspirantes. A continuación, daremos inicio a la prueba de ingreso a la Academia Viento Profundo. Como pueden ver, muchas personas han venido como invitadas, ya que este año la prueba será un combate uno contra uno. De entre todos ustedes, la academia aceptará solo a cinco. Quien gane todos sus combates y no sea derrotado será el vencedor y recibirá un premio especial, además de su ingreso.
Arthur sintió que la sangre se le helaba. Se quedó como una estatua, con los labios entreabiertos.—¿Un combate uno contra uno? —pensó, horrorizado—. ¡No tengo brazos para empuñar armas! Y mi único hechizo de ataque lo aprendí esta misma mañana...Se imaginó al Lich, encaramado sobre el tejado, riéndose a carcajadas por su situación.
El anciano continuó:—Como sabrán, en sus fichas tenemos su edad. Los aprobados serán: dos de dieciocho años, uno de diecisiete, uno de dieciséis y uno de quince. Así que, si un aspirante de quince años pierde y queda en octavo lugar, pero no hay otros de su edad delante, será aprobado.
—Si los primeros cinco son de dieciocho años, solo se aceptarán el primero y segundo lugar. Está permitido todo tipo de armas y armaduras, pero como es una prueba de ingreso, queda terminantemente prohibido matar.
—Que comience la prueba.
Un hombre más joven, de unos treinta y cinco años, se levantó del palco y habló con voz clara:—Iremos llamando a cada uno. Tomen un papel con un número, y en la pantalla mágica se mostrará su número y el de su oponente.
Arthur esperaba pacientemente. Las nubes se oscurecían, y el viento parecía intensificarse, trayendo consigo un presagio de tormenta. Aún no era mediodía, pero el ambiente se tornaba frío y gris. Se ajustó la capa mientras exhalaba un pequeño vaho.
De pronto, escuchó su nombre resonando desde la tarima:—¡Adelante, Arthur Schopenhauer!
Con una mirada firme, aunque un escalofrío recorriera su espalda, Arthur avanzó hacia el centro del coliseo, dando otro paso importante hacia su destino.
Fin del capítulo.