Comienza a sonar el pitido de una alarma. Una mujer embarazada, de cabello negro y ojos verdes, se levanta de golpe, sobresaltada, gritando el nombre de Shin. A un costado, sobre la cómoda, una foto muestra a ella abrazando a un hombre de largo cabello azul: el dios de la muerte.
La mujer se incorpora, se baña y se cambia de ropa. Al salir de su hogar, escucha los sonidos de celebración. El cielo está lleno de luces; la guerra ha terminado. La gente ríe, canta y festeja. Los dioses han puesto fin al conflicto. Era un día feliz para todos.
Ella camina por las calles, atravesando el pequeño pueblo hasta llegar al mercado central. Allí, una vendedora al verla exclama:
—¡Vaya, estás a punto de dar a luz! Seguro que tu esposo pronto llegará de la guerra. ¡Al fin ha acabado!
La mujer sonríe con amabilidad y responde:
—Gracias. Ahora mis dos pequeños podrán tener una vida plena y sin dificultades.
Más adelante, la multitud se reúne en un templo llamado Bifröst, donde convergen los portales de acceso interdimensional. De uno de ellos debían regresar los héroes más grandes: Zeus y los veinticinco dioses más poderosos. La multitud espera con ansias.
Pero de pronto, un objeto es disparado desde el portal con violencia, golpeando a varias personas. Todos quedan atónitos. Es una estatua de piedra. Una figura humana… con ropas reconocibles.
Capítulo 1 - Parte 2: Crónicas de una madre
El pitido insistente de una alarma rompió el silencio de la madrugada. Una mujer de cabello negro, ojos verdes y vientre abultado despertó sobresaltada, jadeando. Entre sollozos murmuró un nombre: —Shin...—. A su costado, una fotografía descansaba sobre la mesita de noche. En ella, aparecía abrazada a un hombre de larga cabellera azul: Shin, el dios de la muerte.
Aquel día, la ciudad entera vibraba de alegría. La guerra contra los titanes había terminado y los dioses, aliados a los demonios, habían emergido victoriosos. Las calles estaban adornadas con banderas y luces, y el murmullo de celebración flotaba en el aire como una sinfonía de alivio colectivo.
La mujer se duchó, se vistió con esfuerzo, y salió a comprar comida. Mientras caminaba, sentía que el mundo seguía su curso, ajeno a su angustia. Al llegar al mercado central, una vendedora la reconoció entre la multitud:
—¡Hela! Vaya, estás a punto de dar a luz. Tu esposo debe estar por llegar con la victoria. Al fin ha terminado todo.
Hela forzó una sonrisa. —Gracias. Al menos mis pequeños podrán crecer en un mundo en paz.
Mientras tanto, en el gran templo de Bifröst, la gente se aglomeraba. Todos esperaban a los 25 dioses más poderosos, con Zeus a la cabeza.
De pronto, una sacudida estremeció el portal principal. Una luz vibrante llenó la plaza y la multitud, aún celebrando, giró su atención al Bifröst. Pero lo que emergió no fue un héroe.
Con un rugido sordo, una figura fue arrojada violentamente desde el portal, impactando el suelo con un estruendo seco que rompió el júbilo. El golpe hizo temblar el suelo. Polvo y fragmentos de piedra se alzaron por los aires. Gritos de confusión y miedo reemplazaron los cánticos de victoria.
Los soldados cercanos se acercaron con precaución, formando un círculo alrededor del objeto.
—¿Qué demonios es eso…?—murmuró uno.
—¿Es una… estatua?
—¡No puede ser... tiene una guadaña!
—¡Es uno de los nuestros… es un dios!
—¡Es Shin... el dios de la muerte!
La multitud, desconcertada, se apretujaba tratando de ver más allá de los guardias. Algunos susurraban nerviosos, otros retrocedían con miedo.
—¡Pero él era uno de los 25! ¡Imposible que cayera!
—Decían que ni siquiera los titanes podían con él...
Los rumores se esparcían como fuego. La atmósfera, antes festiva, se volvió densa, casi irrespirable. El brillo en los ojos de la multitud se fue apagando.
Lejos de allí, Hela caminaba lentamente entre las calles secundarias, sintiendo la vibración en el aire. Escuchaba fragmentos de conversación que venían de cada esquina, cada una más sombría que la anterior.
—Dicen que cayó uno de los dioses más fuertes...
—Imposible. ¿Quién fue?
—Shin... el dios de la muerte.
El corazón de Hela se detuvo por un instante. Una ráfaga de dolor la cruzó por el pecho. Apretó el paso.
Cuando llegó al final de la plaza, la multitud se apartaba lentamente a su paso. Algunos murmuraban:
—¿Es ella?
—Pobrecita... ¿ya sabrá?
—Pensé que ellos eran intocables...
Hela, con la respiración agitada, rompió el círculo de soldados. Al llegar al centro, sus ojos se toparon con la estatua: una figura de piedra perfecta, de rostro sereno pero inmóvil. Su cuerpo aún empuñaba una guadaña de forma irregular, también petrificada.
—Shin...—susurró. Sus rodillas cedieron y cayó al suelo.
Nadie se atrevió a hablar. Ni a tocarla. Sólo los ecos de su llanto resonaban en la plaza, como una nota trágica que ahogó incluso a los más incrédulos.
Fue entonces cuando un nuevo portal se abrió y los dioses sobrevivientes emergieron entre destellos. Zeus, al frente del escuadrón, frunció el ceño al ver el caos.
—¿Qué está pasando aquí?—demandó.
Los soldados se hicieron a un lado, permitiéndole ver a Hela arrodillada junto a la estatua.
—Tch... qué desagradable. Te dije que no fallaras, Shin.
Horas más tarde, trasladaron la estatua a un laboratorio para analizar su estado. Hela suplicó ir con ellos, pero su petición fue rechazada.
Dentro del laboratorio, los especialistas estaban desconcertados.
—Nunca había visto un control de energía alfa de esta magnitud... todas sus células han sido convertidas en piedra.
Zeus se acercó a observar el objeto petrificado en sus manos.
—¿Y esto? ¿Qué es?—preguntó.
—No lo sabemos con exactitud, está completamente fosilizado.
Molesto, Zeus salió de la sala. Pero fue detenido por un grito en el pasillo:
—¡Devuélvanmelo! ¡Es mi esposo!
Era Hela, contenida por dos guardias.
Zeus se acercó, frío y cortante.
—Basta. Es inútil. Tu esposo es ahora un misterio hecho piedra. No te lo podemos entregar. Debemos saber quién provocó esto.
—¡No pueden arrebatarme a mi esposo como si fuera un objeto!—exclamó Hela. —¡Sólo déjenme darle un funeral digno!
Zeus se inclinó hacia ella, sin perder la frialdad:
—Ahora que Shin ya no está… eres la heredera al título de dios de la muerte. Acéptalo o no, es tu decisión. Pero dudo que tengas recursos para criar sola a esos niños que estás por tener.
Hela se queda paralizada. Aprieta los puños.
—Eres un ser sin corazón… ¿Por qué me hablas del título? ¡No estoy aquí por eso, estoy por mi esposo!
—Ya te dije, es lo máximo que puedes tener de tu amado —replica Zeus con frialdad—. Tómalo o déjalo. Te doy un mes.
Hela no respondió. Solo lo observó con una mezcla de odio y dolor.
Pasados unos minutos, Hela sale del laboratorio. A pesar de la celebración en las calles, ella camina cabizbaja, con un profundo dolor en el vientre. Tropieza al bajar las escaleras, y justo antes de caer, una mujer la sostiene por el brazo.
—¡Cuidado! —dice con urgencia—. ¿Está usted bien?
Hela la mira, sin responder.
—Perdón… ¿Quiere que la acompañe?
—No estoy bien… —murmura Hela con una voz quebrada.
La mujer insiste con amabilidad.
—Mi nombre es Merlina, investigadora de la Universidad Central Olimpus, la joven investigadora de cabello naranja y ojos azules con un gran bolso que traía colgado en los hombros emitía un aura de paz y tranquilidad entre la multitud ensordecedora.
— No la voy a dejar aquí parece que ha pasado por un momento muy tragico, insisto en acompañarla. Dijo Merlina
Hela sin más remedio acepta la ayuda
Con su ayuda, regresan a la casa. Merlina la ayuda a recostarse y deja su gran bolso al pie de la cama. Pasan unos minutos en silencio hasta que la mujer rompe la calma:
—¿Puedo preguntarle… qué le pasó?
Hela, con voz vacía, se lo cuenta todo. Merlina escucha con atención, impresionada. La situación no podía ser más trágica.
—Por favor… no te vayas —le pide Hela.
—No me iré —responde Merlina con dulzura.
Pasaron un par de horas. Mientras hela le contaba su pasado y como conoció a shin
— Era un hombre muy terco siempre corría riesgos desde joven, siempre quería dar la apariencia de que tenía todo bajo control aunque a veces no era así, cuando se entero que iba hacer papá se entusiasmo tanto que quería dejar el puesto de dios de la muerte, talvez debí dejarlo que abandone el puesto, exclamo hela mientras intentaba relajarse un poco
Al caer la noche, Hela comenzó a retorcerse del dolor. Estaba a punto de dar a luz. Merlina intentó pedir ayuda por un intercomunicador, pero todo estaba fuera de servicio por la celebración.
Intentó salir a buscar ayuda, pero era demasiado tarde.
No tuvo más remedio que asistir el parto. Afortunadamente, sus estudios incluían conocimientos de enfermería. Sacó unos guantes esterilizados de su bolso y, con esfuerzo, ayudó a Hela a dar a luz a dos pequeñas.
Hela, bañada en sudor, sostuvo a sus hijas y sonrió con lágrimas en los ojos. Por fin, algo de luz en medio de su tragedia.
Pero la dicha fue breve. Las niñas no lloraban, posiblemente no podían respirar. Merlina intentó darles reanimación, pero fue inútil. Las niñas nacieron prematuras. Sus pulmones no se habían formado del todo.
—¡No! ¡No! —gritaba Hela, desesperada.
Merlina volvió a intentar pedir ayuda. Nada. Todo fallaba.
Entonces Hela se levantó de la cama, caminó hacia la mesa, tomó el cuchillo que usaron para cortar el cordón umbilical y se lo iba a clavar en el pecho.
—¡NO! —Merlina se lanzó hacia ella, poniendo la mano—. ¡No lo hagas!
La hoja la atravesó.
—¡No…! —dijo Hela con ojos vacíos—. Es mejor así. Si muero… estaré con ellos…
—¡Por favor! ¡No puedes hacer esto!. Grito Merlina
—¡Mi vida se acabó! —gritó Hela—. ¡Déjame ir con ellos!
Intentó usar el cuchillo de nuevo, esta vez hacia su garganta. Merlina forcejeó con ella, desesperada.
¡¡¡TOC, TOC, TOC!!!
Alguien golpeó la puerta violentamente.
Ambas se detuvieron.
—¿Quién puede ser? —dijo Hela con miedo—. Aquí no hay vecinos cerca…
Merlina se cubría la mano herida. Mientras Hela, temblando por el dolor del parto, se acercó con cautela y abrió la puerta lentamente.
No había nadie.
Solo un cesto de paja. Del interior se oían llantos de bebés.
Hela bajó la mirada. Sin pensarlo, tomó el cesto.
—¿Qué es eso? —preguntó Merlina.
Hela, con una mirada resplandeciente, respondió:
—Son preciosos…
—¿Estás loca? —gritó Merlina—. ¿Vas a quedarte con ellos? ¿Y tus hijas? ¿Acaso ya no te importan?
—Claro que me importan —respondió Hela—. Pero ya no hay nada que hacer. Perdí a mis pequeñas… No dejaré que ellos también mueran.
—Mira los, tan pequeños, tan inocentes, tan puros, decia Hela mientras quebraba en llanto
Merlina con una mirada un tanto confundida le dijo a Hela
—No estarás pensando en ...
Hela solo sonrió levemente —el tiene el cabello castaño y sus ojos son de un violeta muy brillante te llamaré Tanatos y tú con ese cabello rubio y esos ojos azules te llamaré Hipnos desde ahora serán mis pequeñines
Merlina atónita comprendió lo que iba a hacer.
Ese día, Hela perdió todo lo que amo. Enterró en secreto, a sus dos pequeñas sin avisarle a nadie y para el resto del mundo, los bebés que nacieron aquella noche fueron Tánatos e Hipnos, Merlina al final decidió mantener el secreto bien guardado
Es aquí donde estos dos niños que aparecieron de la nada… le devolvieron algo de luz a una madre que lo había perdido todo. Aunque nadie sabe lo que en realidad esconden.