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Chapter 75 - Duelo en el Patio de la Academia

En un amplio patio de la academia, rodeado por un palco donde los invitados se habían reunido para presenciar el espectáculo, se estaba llevando a cabo la prueba de ingreso. La brisa fresca agitaba las túnicas de los espectadores mientras los murmullos llenaban el aire.

Arthur avanzó con paso lento pero seguro al oír su nombre. Los aspirantes se formaron en círculo alrededor de una plataforma circular, un poco más elevada, hecha de piedra y cerámica pulida.

Arthur caminó hacia una pequeña mesa antes de subir a la plataforma.

—Este es tu número, 13. Adelante —dijo el hombre encargado.

Arthur asintió y subió a la plataforma. Mientras lo hacía, pensó:

Al parecer, el sorteo se hizo al completar la ficha de inscripción, pero si eso es así... ¿por qué mi contrincante parece tener 30 años?

Frente a él, un joven de unos 18 años, enorme y cubierto de vello, parecía más un oso que un ser humano.

Arthur lo observó con atención. Debe ser de esos jóvenes que aparentan más edad de la que tienen, pensó.

A su alrededor, murmullos llenaron el aire:

—¿Ese joven tiene 18 años? —preguntó uno.—Parece de quince... Se ve muy joven —comentó otro.—Sí, a mí también me parece que apenas tiene 15 o 16 años.

En el palco de los profesores, un anciano entrecerró los ojos y le preguntó al hombre a su lado:

—Lansi, ¿es cierto que esos dos tienen 18 años?

Lansi revisó unos documentos y asintió.

—Sí, director. Aquí dice que ambos tienen 18 años.

Una persona, sentada más atrás y que no parecía profesor, intervino:

—¿Y si mintieron sobre su edad?

Lansi respondió respetuosamente:

—Eso es imposible, mi estimado invitado. Este lugar tiene una barrera mágica que impide que cualquiera que no sea profesor o alumno ingrese al campo. Además, evita que alguien mayor de 18 años, fuera de la academia, pueda entrar.

—Así que no hay razón para mentir sobre la edad. Hacerlo solo los pondría en desventaja al quedar en el grupo de los más experimentados.

—Quizás solo sea su genética —comentó otro hombre.

Todos asintieron, comprendiendo.

Lo que nadie sabía era que el profesor que tomó la ficha de Arthur había alterado su edad a 18 años para vengarse por viejas rencillas con Lione.

Mientras Arthur se preparaba para su primer combate, en una pequeña oficina de la academia, un hombre hojeaba unos papeles bajo la luz temblorosa de una lámpara. En ese momento, un golpe sonó en la puerta.

—¿Quién es? —preguntó el académico.—Soy yo, profesor.—Adelante.

Un joven de unos 20 años entró y saludó respetuosamente.

—Profesor Lione, ¿no irá a ver las pruebas de ingreso?

Lione seguía leyendo y dijo:—No, tengo asuntos importantes que atender.

—Quizá haya buenas semillas este año —comentó el joven.

—Dices eso todos los años desde que eres mi asistente.

—Bueno, recuerde que yo provengo de ahí. Mi familia no tenía dinero y me tocó hacer la prueba. Por eso le estoy tan agradecido. Si no me hubiera ayudado en ese momento, habría tenido que convertirme en aventurero, y quizás ya no estaría en este mundo.

Lione soltó una risa breve.—No seas tan dramático. Con tu talento, lo más probable es que hubieras sido un gran aventurero.

—Tal vez —dijo el joven, y añadió—: Por cierto, profesor, escuché que le dio su sello a un joven en la mina lunar. ¿Es verdad?

—Es cierto —confirmó Lione—. Espero que haya venido hoy. Ese muchacho es una buena semilla; lo vi luchar contra el dragón en la mina sin miedo.

—No me imagino lo difícil que debe ser convertirse en aventurero a los 15 años —murmuró el joven.

Lione asintió.—Espero que sepa cómo usar el sello.

—¿Le explicó para qué sirve? —preguntó el joven.

Lione se rascó la cabeza con torpeza.—Se me olvidó.

El joven lo miró con una mezcla de incredulidad y resignación.—Bueno, siendo su sello, solo mostrándolo debería poder entrar a la academia sin necesidad de hacer la prueba.

—¡Ja, ja! —rió Lione—. Esperemos que así sea.

Y así, el destino seguía moviendo sus piezas. Todo se había barajado de tal forma que Arthur estaba parado frente a un oponente poderoso en ese preciso momento, como si alguien leyera el guion de su vida desde un lugar lejano.

Arthur se paró frente al joven y, con una pequeña reverencia, dijo:—Mucho gusto, soy Arthur. Será un placer batirme en duelo contigo.

El joven lo miró y respondió:—Soy Lanert. Mucho gusto, pero este combate lo ganaré yo.

Dicho esto, desenvainó una gran espada curva, casi tan alta como él. Era un gigantón de 1,90 metros, fornido, frente al pequeño 1,70 de Arthur, cuyo cuerpo delgado mostraba algo de músculo desde que llegó, aunque aún no tenía la complexión de un guerrero.

Arthur preparó su postura y sus hechizos. Debo confiar en mis pies en esta pelea, pensó.

Cuando el juez gritó:—¡Empiecen!

Lanert se lanzó con un grito de guerra, empuñando su gran espada. Arthur ya había preparado su hechizo y, cuando la espada estuvo a punto de golpearlo, esquivó con un grito. Caminó veloz, con rayos crepitando a sus pies. Una mueca apareció en su rostro al sentir el maná fluyendo en su interior. Esta vez solo dio un paso, por lo que logró controlar la velocidad del hechizo.

Lanert reaccionó rápidamente y blandió su espada en horizontal, golpeando ligeramente a Arthur en el costado.

Arthur salió volando unos metros y escupió un poco de sangre. Realmente estoy jodido esta vez, pensó.

El Lich lo observaba desde un tejado y, de vez en cuando, lanzaba un graznido burlón.—¡Kakaka! Te dije que te dedicaras a la poesía, joven filósofo. ¡Kakaka!

Arthur se recompuso y volvió a la pelea. Su mente trabajaba a mil por hora, buscando una forma de ganar.

Con el cielo grisáceo y el viento soplando con fuerza creciente, la pelea apenas comenzaba.

Fin del capítulo

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