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Chapter 10 - el ataque al dojo Tao

La luz del sol chocaba de frente contra el asfalto, mientras el frío viento otoñal arrastraba hojas secas y polvo por las calles.

La gente lo miraba con una mezcla de curiosidad y miedo: un hombre enorme, de más de dos metros de altura, caminaba con paso firme y sereno. Era Gorgo.

Había llegado a Japón y avanzaba por las calles con calma, abriendo paso entre la multitud que lo observaba asombrada o aterrada.

Finalmente, se detuvo frente a un dojo de artes marciales. Murmuró en voz baja, con una sonrisa arrogante, mientras leía el nombre grabado en la entrada: "Dojo Tao Pai".

—Primera visita del gran Gorgo… —murmuró con una sonrisa soberbia, empujando la cortina de entrada y adentrándose en el lugar.

Dentro, Gorgo contempló a los jóvenes practicando sus posturas y movimientos en perfecta sincronía. Al terminar cada secuencia, lanzaban gritos de determinación que retumbaban en el aire.

El grandulón silbó, impresionado. Aquel ambiente no se parecía en nada a un gimnasio de boxeo, como los que Richarzon le había descrito. Había escuchado historias de cómo funcionaban estos dojos, pero ahora, por fin, lo veía con sus propios ojos.

Uno de los alumnos del dojo se percató de la imponente presencia de Gorgo. Sin dudarlo, se acercó para ofrecerle un saludo cordial. Los pasos resonaron sobre las tablas del suelo, atrayendo la atención no solo de Gorgo, sino también del gran maestro del dojo, quien observaba a la distancia con el ceño fruncido.

—¡Hola, señor! ¿Qué lo trae a nuestro dojo? —preguntó el joven con una sonrisa llena de energía, mientras gotas de sudor recorrían su frente.

Gorgo lo miró en silencio, arqueando apenas una ceja. Su mirada se desplazó por cada rincón del dojo, analizando a los estudiantes que entrenaban sin prestarle demasiada atención.

—Muchacho… —murmuró Gorgo con voz grave y apenas perceptible.

—¿Eh? —el joven sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Dio un paso atrás, sin entender del todo por qué—. U-un momento… algo anda mal… ¿qué es esta sensación tan extraña? —se preguntó en voz baja, mientras su sonrisa temblaba.

―… ¿Quién es el más fuerte de este dojo? ―

—… ¿Quién es el más fuerte de este dojo? —preguntó Gorgo, con voz profunda y un brillo de curiosidad en sus ojos.

—¿Qué clase de pregunta es esa?… —respondió el joven, intrigado.

—Neo… —exclamó una voz grave.

Un hombre mayor se abrió paso entre los estudiantes y se acercó con paso firme.

—Maestro Tao, ¿qué sucede? —preguntó Neo, con un deje de inquietud en la voz.

—¡Aléjate de ese hombre, ahora mismo! —ordenó Tao, con una autoridad incuestionable. Sin dudarlo, Neo dio un rápido salto hacia atrás, poniéndose a salvo.

—¡Qué rápido! —pensó Gorgo, sorprendido por la agilidad del joven.

—No sé quién seas —dijo Tao, posándose entre Gorgo y los estudiantes—, pero tus intenciones aquí no son buenas. Te sugiero que te marches.

Gorgo ladeó la cabeza, como intrigado. Se miró las manos y el torso con aparente duda.

—¿Qué me delató?… —murmuró.

Luego levantó la vista, frunciendo el ceño.

—¿O es por mi color de piel, anciano racista? —preguntó, con un leve matiz de enfado. Fue entonces cuando notó los ojos dispares del viejo: uno castaño y el otro amarillo, brillando con una intensidad poco natural.

—Tus pensamientos ondean con tu aura… —replicó Tao, su voz tan firme como un muro de piedra—. Están torcidos, curvándose con intenciones oscuras.

Aléjate. No quieres problemas aquí.

—¿Y si… sí quiero problemas? —preguntó Gorgo, entrechocando sus puños con una sonrisa torcida y desafiante.

Sin previo aviso, Gorgo flexionó las rodillas y clavó la mano en el suelo con brutal fuerza. Sus dedos se hundieron en la madera y arrancaron un gran fragmento del suelo, lanzándolo hacia el techo con un rugido ensordecedor.

El impacto retumbó en todo el dojo. Un estruendo sacudió las paredes, y un alud de polvo y astillas cayó del techo, bloqueando por completo la única salida.

Los estudiantes contuvieron la respiración, algunos retrocediendo con ojos abiertos como platos. Tao entrecerró los ojos, sin apartar la vista de Gorgo.

—Este hombre… sobrepasa los límites humanos… pero no ha roto su límite. No domina el ki… —murmuró Tao, adoptando postura de combate.

—¡Neo! ¡Saca a todos los alumnos de aquí! —ordenó con firmeza.

—¡Pero maestro, la salida está bloqueada! —replicó Neo, con el rostro pálido.

—Maldita sea… —gruñó Tao, comprendiendo la gravedad de la situación.

Gorgo sonrió, tensando sus músculos mientras flexionaba los puños, ni siquiera esperó para dar el primer golpe. Su presencia parecía llenar todo el salón.

—Arte de las 22 Palmas, 4ta palma: Detención… —susurró Tao, canalizando su energía y plantándose firme.

El puño de Gorgo avanzó como un martillo, pero la palma abierta de Tao lo recibió con un chasquido seco y profundo. El aire vibró con el impacto.

Ambos abrieron los ojos, sorprendidos.

—¡Qué fuerza…! —musitó Tao, sintiendo cómo la presión recorría sus brazos hasta los hombros.

—Me… bloqueó… —murmuró Gorgo, con un atisbo de asombro en su sonrisa torcida.

Lanzó otro golpe, pero el anciano Tao retrocedió con agilidad, sacudiendo su brazo entumecido.

—Estoy viejo para estas cosas… —murmuró con calma, mientras se quitaba la parte superior de su dogi, revelando un torso aún firme y musculoso.

Las manos de Tao empezaron a emanar una neblina dorada que ondulaba como fuego. Su mirada, severa, se clavó en Gorgo.

—No soporto a los forasteros que vienen a provocar caos… y mucho menos en mi dojo.

Gorgo frunció el ceño, algo sorprendido por el brillo en las manos del anciano.

—¿Qué demonios es eso?… ¿tiene… poderes? —murmuró, sus ojos fijos en el aura vibrante.

—Mi dojo se especializa en el estilo de las 22 Palmas Budistas. No importa cuán fuerte sea tu cuerpo… no superarás estas técnicas.

—¿Y piensas que unas palmaditas me van a detener? —rió Gorgo, con descaro y arrogancia.

—Arte de las 22 Palmas, 7ma Palma: ¡Gran Palma! —exclamó Tao, extendiendo su brazo con la palma firme y el aura dorada centelleando.

Una onda de choque, en forma de una gigantesca mano etérea, salió disparada con un estruendo y golpeó a Gorgo de lleno en el torso. El impacto lanzó al coloso como un proyectil, estrellándolo contra la pared del dojo, que tembló y crujió bajo la fuerza de la colisión.

El grandulón se despegó de la pared, notando cómo sus músculos se tensaban como resortes antes de relajarse nuevamente. El ojo amarillo de Tao, atento, percibió un cambio: el aura de Gorgo vibraba con un siniestro brillo, creciendo y retorciéndose como llamas oscuras.

—No puede ser… ¿qué es esto? —susurró el anciano con preocupación.

Con un rugido seco, Gorgo saltó, haciendo que el suelo se partiera bajo sus pies. Su puño descendió con la fuerza de un martillo, buscando aplastar a Tao de un solo golpe.

El anciano, sin embargo, desvió el ataque con una calma y precisión que desafiaban su edad. El puño de Gorgo se incrustó en el suelo, levantando polvo y astillas. Tao aprovechó el desequilibrio para golpear con el canto de su mano el cuello del gigante, obligándolo a doblarse.

Sin perder el ritmo, Tao lanzó una palmada recta contra las costillas de Gorgo, un golpe cargado de ki que lo catapultó hacia los escombros del techo derrumbado.

—No sé cuáles sean tus intenciones aquí… pero te pido que te detengas, por favor —dijo Tao con voz grave, colocándose frente a sus alumnos, quienes lo miraban con asombro.

—Está bien… —respondió Gorgo, levantándose de entre los escombros— los dejaré descansar en paz… —murmuró con un tono fingido de rendición, antes de sonreír con malicia.

Aquella sonrisa heló la sangre del anciano. Gorgo alzó un pesado trozo de muro y lo lanzó con toda su fuerza. Tao se inclinó para esquivarlo, pero en ese instante se percató de que sus alumnos detrás de él no reaccionaban.

Obligado a protegerlos, Tao se plantó firme y uso la 4ta palma: Detención. La poderosa palma detuvo el proyectil con facilidad.

Al bajar el escombro, su mirada buscó a Gorgo… solo para encontrar el puño del gigante ya en camino, directo hacia su mandíbula.

—¡No puede ser…! —pensó Tao, sintiendo cómo su cuerpo se elevaba por el impacto y se estrellaba contra el techo. Apenas tuvo tiempo de recobrar el aliento antes de que Gorgo lo atrapara al caer, sujetándolo como si fuera un muñeco.

Con un movimiento brutal, Gorgo lanzó a Tao como un saco de arroz contra la pared del dojo, arrancando un estruendo seco del impacto.

—¡Maestro Tao! —gritó Neo, corriendo hacia su mentor mientras los demás alumnos se lanzaban al ataque como un solo cuerpo, tratando de frenar a Gorgo.

—No… Neo… deben… correr… —jadeó Tao, con sangre chorreándole por la frente.

Los alumnos rodearon al gigante, lanzando golpes con desesperación. Por un momento, parecía que lograban acorralarlo… pero Gorgo ni siquiera se inmutaba ante la lluvia de ataques. Cada puñetazo o patada lo obligaba a retroceder, sí… pero sus músculos no parecían sentir dolor alguno.

De pronto, un golpe seco y brutal del gigante destrozó la nariz de uno de los jóvenes, dejándolo muerto al instante. Un grito ahogado retumbó en el dojo. La brutalidad de Gorgo era tan aplastante que la vida de un humano común no era más que un suspiro en su paso.

—¡Aléjense de él! —rugió Tao, empujando a Neo hacia atrás y lanzándose a toda velocidad hacia Gorgo.

Cinco alumnos más cayeron, despedidos como muñecos rotos por los despiadados golpes del coloso. Pero Tao no se detuvo. Saltó y clavó su rodilla en la nariz de Gorgo con una precisión feroz, luego usó la fuerza de su palma para guiar la cabeza del gigante hacia el suelo, estampándolo con violencia contra las tablas astilladas.

—¿Sigues vivo? —preguntó Gorgo con la voz amortiguada por la mano de Tao, completamente imperturbable ante el ataque.

—Es… un monstruo… —murmuró el anciano, apenas consciente del golpe brutal que lo sacudió de inmediato. Tao salió despedido hacia un lado del dojo, estrellándose contra la pared y quedando colgado por un instante en el aire antes de desplomarse, sin poder moverse.

—¡Maestro Tao! —gritó Neo, la voz cargada de desesperación. Corrió hacia Gorgo sin pensar, el corazón latiendo con rabia y miedo—. ¡Arte de las 22 palmas, segunda palma: ¡Guillotina!!

Con un grito de determinación, Neo impactó con precisión la garganta del gigante, cerrándole la respiración. Por un instante, pareció que había logrado frenar al monstruo… pero la ilusión se rompió de inmediato.

Gorgo le devolvió un manotazo seco en la cara. Neo salió volando, chocando con el suelo. El mundo entero se le volvió oscuro. Tosió con desesperación, intentando llenar sus pulmones de aire, pero no podía respirar. Golpeó su nuca con fuerza, desesperado por recuperar el aliento, con lágrimas saltando de sus ojos.

Finalmente, Neo logró recuperar el aire. Su respiración se estabilizó, y un alivio amargo recorrió su cuerpo. Pero al mirar a su alrededor, el horror lo atrapó de nuevo: sus compañeros estaban inmóviles, temblando de puro terror. El maestro Tao yacía inconsciente en un rincón, y el aire se había llenado del penetrante aroma del miedo.

Gorgo, imperturbable, dejó escapar una sonrisa cruel mientras se tronaba los nudillos.

—Nada personal, mocosos… —murmuró, con una tranquilidad que helaba la sangre.

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