Al día siguiente.... La mañana se presentaba tan cálida y pacífica que incluso el sol parecía entrar con cuidado por las ventanas, como si no quisiera perturbar la tranquilidad del hogar Hoshino.
En el comedor, el bullicio habitual ya comenzaba a instalarse. Edu, con la cabeza apoyada en la mesa, fingía dormir mientras Zuzu —la gata demoníaca disfrazada de mascota— intentaba abrirse paso entre los platos para robar un trozo de pescado.
—¡Zuzu, no! ¡Ese desayuno es mío! —gritó Edu, incorporándose justo a tiempo para verla morder su pescado.
—Miau... —maulló con absoluta indiferencia.
—¡Esta gata tiene más agallas que Kenji cuando le hablas de fantasmas! —bromeó Edu, señalando a su hermano menor que entraba bostezando.
—¡Oye! ¡No es miedo, es respeto espiritual! —protestó Kenji.
—¿Y por eso duermes con una linterna bajo la almohada? —añadió Azumi desde la cocina, mientras colocaba pan tostado en la mesa.
—¡Es por precaución mágica! —dijo el niño, cruzando los brazos.
Hinata, la más pequeña de los hermanos, ya se encontraba sentada comiendo frutas mientras imitaba con la boca los sonidos de batalla de sus muñecos.
—¡Edu, mi caballero cayó en una emboscada, necesito refuerzos! —exclamó con dramatismo.
—Entendido, princesa. El Caballero Rubí está en camino. ¡Ataque de cosquillas devastadoras! —gritó Edu, lanzándose a hacerla reír a carcajadas.
En ese momento apareció Sakura, la madre, con una expresión tierna y serena.
—Qué bonito verlos así. Pero antes de que inicien una guerra total, necesito que vengan al salón. Hay algo importante que quiero compartir con ustedes.
Los hermanos se miraron entre ellos, intrigados.
—¿Nos va a revelar que somos príncipes perdidos de una nación oculta? —preguntó Kenji.
—O que finalmente admitirá que soy adoptado porque soy demasiado perfecto para esta familia —añadió Edu.
—Solo vengan, duendes —rió Sakura.
El Salón Familiar
El ambiente cambió apenas cruzaron la puerta. En el centro del salón, sobre una mesa cubierta con terciopelo azul, descansaba una caja de madera negra con grabados antiguos en plata.
Ibuki, el padre de los chicos, estaba sentado al lado de Sakura. Su presencia imponía respeto, incluso en bata de estar en casa. El maestro de armas cruzaba los brazos con una ligera sonrisa de aprobación.
—¿Esto es una trampa? ¿Una prueba? ¿Un test de habilidad? —preguntó Edu en tono exagerado, intentando romper la tensión.
—Es un regalo —respondió Sakura, acariciando la tapa de la caja—. Uno que simboliza algo que ningún poder mágico podrá reemplazar jamás: el vínculo entre ustedes.
Abrió la caja con cuidado, revelando tres anillos de plata pulida. Cada uno tenía una gema diferente: roja, azul y violeta. Las piedras brillaban levemente, como si respiraran.
—Son preciosos —susurró Hinata.
—Estos anillos están imbuidos con una magia antigua de protección y resonancia —explicó Sakura—. Cada uno brilla según el aura de su portador pero tiene otra función cuando uno de ustedes este en peligro de muerte o sus niveles de mana estén disminuyendo considerablemente... Sin importar el color de la gema está cambiará y se tornará del color de aquel que esté en peligro… pero si la gema se vuelve negra…
—¿Significa que el dueño de esa gema… murió? —completó Kenji con un nudo en la garganta.
Ibuki asintió con gravedad.
—Sí. Es una advertencia, pero también una promesa. Mientras las piedras brillen, su vínculo está intacto. No importa cuán lejos estén.
Edu tomó el anillo de gema roja. Lo observó detenidamente y luego lo colocó en su dedo derecho.
—Entonces esta piedra no va a cambiar de color nunca. Al menos que alguno de nosotros esté en peligro.
Kenji, sin decir palabra, se colocó el suyo en la mano derecha también. Y miró a Edu con una determinación que no acostumbraba mostrar tan claramente.
Hinata, con una sonrisa brillante, levantó la mano mientras Sakura le ayudaba a colocarse el anillo violeta.
—¡Vamos a brillar tanto que Zuzu necesitará lentes de sol!
Zuzu, desde lo alto de la estantería, soltó un maullido que sonó casi como una risa sarcástica.
—¿Y si… uno de nosotros muere? ¿Que pasa con su anillo? —preguntó Kenji.
—Si Edu llegará a estar peligro, tanto tu anillo Kenji como el de Hinata cambiarán al color del vínculo de Edu, sus anillos se tornaran rojos para que sepan que es Edu aquel que corre riesgo—respondió Sakura—. Si es algo muy grave el anillo se pondrá tenue pero nunca se apagara… a menos que alguno de ustedes muera.
Entonces el anillo de ambos se volverá negro y luego regresará a su color original, pero el anillo de aque que haiga perecido jamás volverá a recuperar su color pues su vínculo ya no existe—agrego Ibuki con un tono triste.
Shizuka y Azumi observaban desde el umbral, en silencio. Shizuka, con un atisbo de preocupación, murmuró:
—Qué regalo tan hermoso y triste a la vez…
—Así es el amor —respondió Azumi suavemente.
Noche de Promesas
Esa noche, los tres hermanos decidieron dormir juntos, como hacían cuando eran más pequeños.
Porque mamá y papá nos habrán regalado algo asi—dijo Kenji mientras miraba su anillo.
— A veces pienso que mamá sabe más de lo que dice —comentó Edu.
—Seguro. Ella y papá se comunican con los ojos. Es inquietante
—respondió Kenji.
—Hablando de papá… ¿crees que fue un guerrero real?
—Dicen que fue exorcista… o caballero. Nunca habla de eso.
—Creo que él sabe algo más. Algo… sobre nosotros. Sobre el mundo.
Silencio. El viento sopló más fuerte. Zuzu maulló desde el alféizar de la ventana.
Edu cerró los ojos.
—Edu… si algo te pasara, yo… usaría tu anillo para recordarte siempre
—dijo Kenji, en voz baja, sin atreverse a mirarlo.
—¿Otra vez con eso? —Edu se giró en la cama, riendo levemente—. Tranquilo, que soy más difícil de matar que un chicle en el zapato.
—Habla en serio —insistió Kenji.
Edu cerró los ojos.
—Algún día quiero convertirme en alguien fuerte. No por poder, sino para no perder a nadie. No quiero que nadie a quien ame… muera por mi debilidad.
Kenji asintió, conmovido.
—Entonces entrenaremos hasta lograrlo. Hasta que seamos escudo y espada del otro.
Edu se quedó callado unos segundos. Luego, le tendió el puño cerrado.
—Hazme una promesa.
Kenji hizo lo mismo.
—Prometido.
Ambos chocaron los puños.
Hinata, ya dormida entre ellos, murmuró algo incomprensible, con una sonrisa en los labios.
Zuzu, en el alféizar de la ventana, vigilaba la noche como una sombra ancestral.
Y las tres gemas, brillando levemente en la oscuridad, sellaron un pacto silencioso.
Uno que jamás debían romper.